Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Paula

Estos días estamos pasando por el fatal aniversario del confinamiento del COVID. Hemos vivido día a día el chorreo de contagios, ingresos en UCI y fallecimientos, con el corazón encogido y la pena en el alma. Los círculos de amigos y conocidos se han ido haciendo más pequeños hasta que el virus lo hemos visto merodear entre la familia y amigos, sin poder decir un adiós ni una oración, por el eterno descanso de su alma.

También han habido grandes perjudicados. Los niños. Han sido el mayor ejemplo. Han sufrido encierros en pisos pequeños, con frío, no han podido jugar con otros niños, los parques cerrados y sobretodo nada de visitar a los abuelos y resto de familiares.

¿Mamá, me dejas ir a comer a casa de la abuelita? Así es como Paula pidió ver a sus abuelos. Ha pasado casi un año y no hemos disfrutado de ver crecer, abrazar y besar a los nietos. Ante tal deseo de una niña de 5 años, ¿qué responderíamos? Los abuelos, son personas de cierta edad y de alto riesgo. Metidos en casa, sin apenas salir, por miedo al contagio. Para más inri, los hijos son conscientes de que las visitas a los padres, es inviable. Tienen miedo.

Suena el timbre. Abro la puerta y me separo. No llevo mascarilla. En el quicio de la puerta la figura de Paula. Pequeña. Con sus rizos dorados y dos pequeños pompones fucsia que enmarcan su carita. La mascarilla de dibujitos realza sus ojos negros. No se atreve a avanzar hacia mí porque sabe que puede ser perjudicial. La llamo, viene. Se planta delante de mí y su mirada chisporrotea de alegría. Ven aquí Paula. ¿A ver? Date la vuelta. Gira sobre sí misma cogiéndose la camiseta como si quisiera hacerme un pase de modelos. No, no. Quieta ahí, de espaldas. Lo hizo. La abracé fuerte y la besé repetidas veces en la cabeza. Podría haber estado así media hora. Una sensación indescriptible. Pensaba en el resto de nietos que están fuera y desde mucho antes de Navidad, solo los veo por Skype.

El Covid ha castigado duramente a los abuelos. Primero un verano inusual. Confinamiento, aplausos, gratitud a los sanitarios y personal imprescindible que se la jugaba para poder comer. No tuvimos puente de la Purísima ni Navidad para disfrutar con ellos. Este año el árbol y sus vistosas luces, durmieron en un altillo esperando tiempos mejores. No tenía sentido ponerlo si los niños no iban a venir. Después de Navidades, pesaba que haríamos otro confinamiento pues mucha gente se saltó las normas. Pensé, que si se sacrificaba el mes de enero con nuevo confinamiento, a primeros de febrero, los que estaban hospitalizados irían saliendo y los contagiados tendrían tiempo suficiente para curarse. Era como romper la cadena de contagios, pero no fue así.

Ahora tenemos encima el puente de S. José y la Semana Santa. Nosotros no podemos viajar ni a Albacete, pero sí a otros países En contrapartida, estamos recibiendo manadas de turistas que sabemos si les piden el test o el si se han vacunado. Ya los estamos viendo en las calles bailar, beber, gritar. Franceses, alemanes, italianos y españoles que en plenas borracheras sueltan “Viva el Covid”.

Ya tengo cola de nietos para ir viniendo a casa. Porqué toda esta gente no piensa en sus abuelos, padres y niños como como Paula, Sara, Borja, Olivia, Inés, Santiago, Marta, María, Alejandra. Tanto cuesta pensar en ello. Ellos, Los que perdieron la vida, no son un número, ni un nicho en la pared que nadie irá a visitar. Son personas, personitas.

Compartir el artículo

stats