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Gil Torrijos

Aquel sueño de verano llamado Ciudadanos

Del inicio de un proyecto político en el teatro Tívoli de Barcelona a la actualidad

Hace mucho tiempo que ayudé a crear Ciudadanos, Ciutadans éramos entonces. Hace mucho tiempo del emblemático acto en el barcelonés teatro Tívoli, hace mucho tiempo del entusiasmo, de la garra, de la creencia en la política. De eso hace tanto tiempo que ni siquiera por aquel entonces había aparecido en escena Albert Rivera. Y, cuando él apareció, yo ya estaba allí.

Pero ya también hace mucho tiempo que me fui de Ciudadanos, más o menos seis años. Me fui coincidiendo con el desembarco de Nacho Prendes. Aunque esa no fue la razón. La razón fue que Ciudadanos, que originalmente era un proyecto político concebido en plural, de individuos librepensadores, se había convertido en un proyecto personalista, de mero marketing político sin fundamentación real, que se posicionaba como una veleta y cuyas ideas fuerza eran diseñadas en función de las tendencias de las encuestas. Ciudadanos se había convertido en una empresa empleadora de amigos, que se encaminaba al más rancio de los derechismos, se nutría de fascistas frustrados y sus listas se rellenaban a base de castings de niñas monas, fichajes estrella, palmeros sin escrúpulos y pelotas. Es decir, un proyecto ya sin valores y sin raíces. Pero en aquel momento los vientos le eran propicios. El proyecto venía impulsado por la energía y positivismo anterior de mucha buena gente y el barco había tomado ya velocidad de crucero. Sin embargo, en aquel momento, yo decidí apearme. Conocía demasiado bien el engranaje y sabía que en el casco ya se habían producido boquetes irreparables, y que tarde o temprano se hundiría. Porque, créanme, una cosa es el decorado, la aparente belleza, la bonita, fulgurante y atrayente careta, pero otra bien distinta es el esqueleto. Si los materiales óseos se van reponiendo de cartón piedra, con la primera ráfaga de aire la nave se hará añicos.

Personalmente, confieso que la política siempre me ha gustado, que creo en ella, que creo en el entendimiento, las aportaciones, las visiones conjuntas, la libertad de pensamiento, la puesta en común, el foro, el acuerdo, y también confieso que creo de verdad que a veces se acercan a ella personas con capacidad de servicio, que llegan hasta ella muchos individuos sanos, pero también mucho mequetrefe endiosado, enamorado y loco de sí mismo, y que los más enfermos terminan poniendo siempre en un brete moral a los más sanos, hasta que, una de dos, o tienes mucho aguante, o con el tiempo, si tienes otro medio de vida, y esa es la gran cuestión, terminas huyendo.

Pero hablábamos de Ciudadanos, y, como yo ya no tengo pudor, hoy me apetece contar. Contar desde mi egocentrismo, contar, por ejemplo, que sí, que yo, junto a otros, un centenar de anónimos, como mucho, pero ayudados de algunos “intelectuales”, parimos Ciudadanos. Lo alimentamos, lo cuidamos, lo sacamos a buzonear, a patear las ciudades, los pueblos, a ondear pancartas sobre los puentes de las autopistas, siempre con nocturnidad, tras las jornadas laborales. En mi caso concreto lo hacía cuando volvía de trabajar todo el día en Barcelona, después de cuidar a mis hijos, después de fregar, de poner lavadoras, de dar la papilla y el pecho, en según qué caso, a mis enanos, pobrecitos míos, tan pequeños como eran por entonces. Y lo curioso es que nadie me obligaba, que lo hacía con gusto porque estaba convencida de que otro tipo de partidos y de políticas eran posibles en Cataluña y, por extensión, en toda España. Pero siempre hay un momento en el que se tuerce todo. Suele ocurrir cuando ya no todo es a perder y sí algo, o mucho, a ganar. Siempre ocurre. Es así. La historia de la política, de la humanidad, de las guerras, está llena de tontos útiles, de carnes de cañón, de iluminados y de listos que sacan tajada.

De mi experiencia vital en Ciudadanos me llevé alguna alegría, bien lo confieso, por ejemplo, el día que entramos en la Generalitat de Catalunya. Esa noche en que nos sentimos David luchando contra Goliat. A veces lo rememoro desde la nostalgia, desde la felicidad compartida, y siento la fuerza y aún canto: “¡Toma 3, TV3!”. De Ciudadanos me llevé algunos amigos, que sé bien dónde están; algún recuerdo, como el de las candidaturas en las que participé para la Generalitat, para mi pueblo catalán en Sant Andreu de Llavaneras, para el Ayuntamiento de Madrid, para el Parlamento Europeo, para el Senado por Asturias, para... No sé..., tantas fueron, muchas papeletas de recuerdo, algún póster en el que aparezco, un par de globos y poco más. Creo que aún guardo, eso sí, los justificantes de los bonos y donaciones con mis aportaciones dinerarias a las campañas. Aportaciones que nunca recuperé. Perdí dinero con la política activa, no gané nunca nada, ni un céntimo, pero, supongo, aprendí mucho de la vida, de la naturaleza del ser humano, de las traiciones, de la falta de lealtad, de los nidos de víboras, de lo fácil que es invisibilizar a gente que de verdad no se lo merece. Y también aprendí mucho sobre mí. Aprendí de lo roja que yo era; en realidad, de lo roja y feminista que me hacían sentir. Es curioso esto último porque, a pesar de mis antecedentes familiares, yo siempre me había considerado una persona moderada, con mentalidad empresarial, pero me di cuenta de que la moderación necesita unos parámetros de referencia. Y los míos, llegado un momento, nunca los podía mimetizar con los de muchos excompañeros sobre todo en temas de derechos fundamentales de igualdad o equidad. Era comenzar a escucharlos y repentinamente me notaba brotar barbas del tipo Karl Marx (“demasiado roja”, dijo un alcaldable ovetense en un foro). Me fui de allí y no me arrepiento.

El caso es que lo mío con Ciudadanos es agua muy pasada y ya ni siquiera se me retuerce el estómago, ni lanzo zapatillas contra la televisión, ni manchurrones de café sobre los diarios regionales cuando tratan de ellos. Ahora creo firmemente que desde el asociacionismo civil se puede hacer a veces más para cambiar el mundo que desde los mismos partidos políticos; que la sociedad civil puede ser un lobby para derivar la humanidad a mejor, que el altruismo siempre es más sincero cuando es de persona a persona (P2P), que de esa forma se fomenta mejor el respeto, el espíritu de trabajo, la sinceridad, la voluntad de escucha activa. Además, por mi parte, ya no tengo edad para retornar a la política, aunque gustar me gustaría, lo confieso. La política es entretenida y aún me van un poco la marcha y el chachachá. Pero yo soy un verso demasiado suelto, imposible de encajar. Aunque si este fuera el actual mercado de esclavos, diría de mí que tengo buena dentadura, un defecto físico que siempre sirvió de excusa para las más burdas caricaturas a los trols detractores, pero que a mí, ya lejos de amedrentarme, con el tiempo lo he sabido interiorizar y usar, porque eso de ser fea (y ya vieja) te hace contemplar la vida con más filosofía y bajo otras perspectivas. Pero, si fuera el caso, si estuviese en el mercado, diría de mí al posible comprador que sé trabajar bien, que soy un as redactando programas electorales, currando 24 horas al día desde la más total invisibilidad, una crac elucubrando “story tellings”, y, además, que sé desaparecer de las crónicas como si nunca hubiera estado allí, que da igual que yo haya sido promotora de Ciutadans en Barcelona, que lo relanzase en Madrid, que lo montase en Asturias desde el más absoluto de los ceros, que puedo volver a hacerlo, hacerlo sin más, sin que nadie me vea, sin salir en los medios, y que no necesito una palmadita en la espalda, un gracias, una remuneración, y menos un cargo institucional.

¿Qué extraño es todo, verdad, ¿y si Ciudadanos nunca hubiera existido, ¿y si todo ha sido siempre algo impostado, un sueño de verano, ¿y si mis conversaciones con Albert, con Villegas, con Fran Hervías, con la mano que está ahora meciendo la cuna, el tesorero Carlos Cuadrado, mi exvecino en el Maresme, nunca se hubieran producido, nunca hubieran existido Si al final de mi vida, toda ella, incluso la personal, hubiera sido siempre una ilusión óptica. Y si siempre han sido los demás, los otros, los que estaban allí, los que trabajaron y nunca yo. Además, si en el hipotético caso de que lo que cuento de la política hubiera sido cierto y no un delirio de ama de casa, ¿de qué serviría ahora esta historia, esta experiencia, este análisis, ¿qué pudiera yo vaticinar Yo, que no soy politóloga y, aunque siempre haya acertado los resultados de Ciudadanos a nivel nacional, de Asturias, de Madrid, de Cataluña, ¿qué importancia pudiera tener mi percepción sobre los cameos de Cs para el juego geoestratégico de este país Incluso si A. R. estuviera cociendo algo para retornar como estrella fulgurante, ¿a qué quién le pudiera eso importar Bueno, no sé, nunca se sabe. Quizás alguno de ustedes tenga interés en conocer la opinión de este modesto oráculo. Si fuera el caso, pregunten, pero ya, mejor, en privado. Tranquilos, no les costará nada. Esta tarotista no les pondrá el contador. Todo será gratis, como siempre. ¡Faltaría más!

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