La estrecha y engrasada colaboración entre los países, la Comisión Europea y el BCE aprendiendo de los errores de la anterior crisis y el potente Plan de Recuperación a escala europea están mitigando considerablemente los efectos de una crisis tan intensa como la generada por la pandemia de la covid. No obstante, resulta conveniente adelantarse a las turbulencias que pueden aparecer una vez se supere el reto sanitario de la mano de la vacunación generalizada considerando que alcanzaremos una deuda superior al 130 % del PIB y que previsiblemente será acompañada de un aumento de los tipos de interés.

La ventana de oportunidad de la que disponemos ahora es extremadamente estrecha y los importantes fondos disponibles deben ser invertidos con extremada precisión para asegurar sus efectos tractores, generadores de riqueza y empleo a largo plazo. Para ello son necesarias al menos dos premisas: incorporar a la iniciativa privada apostando por la colaboración público-privada e identificar sinergias (’win-win’) intersectoriales que generen efectos multiplicadores de la inversión. Inversiones dispersas y sin efectos en cadena que ya no requieran de la inversión de arranque no pueden considerarse en este momento estratégicas. Sirvan los siguientes ejemplos concretos de ilustración de sinergias.

En las pasadas semanas se han multiplicado las protestas en varios lugares por la irrupción de grandes huertos solares en terrenos agrícolas extensivos. A diferencia de la energía eólica, la solar requiere de mucha extensión, lo que hipoteca otros usos y su paisaje asociado. Junto a la priorización de los tejados y fachadas orientadas al sur existe una alternativa poco considerada por primar el enfoque monofuncional de generación eléctrica en un contexto de declive de la agricultura extensiva y la legítima búsqueda de rentabilidad por sus propietarios: combinar los huertos solares con el uso bajo su cubierta como invernaderos.

El establecimiento de invernaderos choca con muchas resistencias, especialmente por su estética y uso de plásticos. Por el contrario, son mucho más eficientes hídricamente, menos propensos a plagas permitiendo con mayor facilidad la producción ecológica además de cubrir las épocas donde la producción a la intemperie es imposible por frío. Solo elevando un par de metros las estructuras y espaciando algo las placas se puede obtener un doble uso de los parques solares y generar mucho más empleo y riqueza, además de diversificar la economía local.

Otro caso es vincular más estrechamente el cultivo del vino como mecanismo óptimo de prevención de incendios. La vid es de los pocos cultivos verdes en pleno verano y por ello no combustible. De hecho, las zonas vitivinícolas como Utiel-Requena son de las menos azotadas por incendios. Dada la imparable tendencia de preferencia de vinos suaves (blancos y rosados) durante la mayor parte del año, junto al cambio climático es recomendable recuperar el cultivo del viñedo en montaña a alturas medias. Ello comporta además una mayor diferenciación de las condiciones generando nuevas oportunidades. La filoxera que coincidió con la primera ola industralizadora a finales del siglo XIX arrasó especialmente los viñedos de media montaña que ya nunca se recuperaron.

Frena el potencial transformador la rigidez de la PAC, que genera unos derechos de arranque como los existentes antaño con las farmacias o ciertas licencias como el taxi dado que a la inversión inicial (compra de tierras, plantación, 8 años sin cosecha apreciable) y enología se suman dichos derechos. Pensemos solo por un momento en el cambio que se ha producido en pocas décadas en el interior de Tarragona, cuyas condiciones naturales no son muy diferentes a las de Castelló. La viticultura de calidad sostiene una demanda de mano de obra y potencial enoturístico anticíclico interesantísimo para zonas con problemas de despoblación.

Otro tercer ejemplo lo encontraríamos en el rol que se otorga a los bosques en el contexto de cambio climático dentro del Plan de Recuperación. Mientras unos, al calor del burocrático enfoque del proceso de cambio climático, solo hablan de repoblar, otros defendemos que la prioridad debe centrarse en reforzar la resiliencia de los bosques existentes recuperando urgentemente su gestión y evitar que se puedan perder y emitir enormes cantidades de CO2. Unos bosques abandonados como los que hoy predominan son la peor carta de presentación para que se apueste a repoblar nuevos. Sin olvidar el extraordinario potencial de recuperación que han demostrado nuestros bosques y que merecería no ser sustituido, pero sí conducido.

Apostar por establecer redes de calor basadas en biomasa forestal y agrícola local en buena parte de nuestro territorio rural con los recursos del Plan de Recuperación resolvería un problema -qué hacer con la leña de las podas-, una importante causa de incendios, reduciría consumo energético fósil y emisiones de CO2 asociadas, los costes de las calderas individuales y su mantenimiento, el abaratamiento de la factura energética para familias, empresas y administraciones, además de reducir el riesgo de grandes incendios generando empleo local permanente.

Como identificó acertadamente la Cumbre de Río+20 hace nueve años, el mayor reto de la humanidad son los retos transversales al disponer de una increíble capacidad para abordar retos sectoriales. Pero es precisamente en la identificación de sinergias y su activación plena donde estará una de las claves para construir una sociedad más inclusiva en sus dimensiones social y territorial, consciente y sostenible.