No estamos para que se ralentice el ritmo de vacunación. Nos jugamos la tranquilidad y la vida. Pero, ¡ay amigo!, el miedo es libre. Tanto hablar de los efectos secundarios de la AstraZeneca, que todos hemos cogido miedo o como poco una cierta aprensión. Son tantos los síntomas que se han descrito que casi es peor el remedio que la enfermedad. O eso creemos. Parece que estamos equivocados. Eso dice la Agencia Europea del Medicamento. La única verdad es que se desconocen los vínculos existentes entre todos los síntomas denunciados y el antídoto desarrollado por la compañía anglo-sueca. Lo cierto es que España no puede perder tiempo. Tiene que conseguir vacunas como sea y cara al verano tener vacunada a una parte importante y significativa de la población. Que acaben los sobresaltos, los contagios, los fallecimientos. Aunque no podamos bajar la guardia. Aunque debamos seguir soportando la mascarilla. Aunque la distancia social siga siendo un hecho. Aunque haya que plantear ciertas restricciones. Pero no con la dureza que venimos soportando hasta la fecha. Hay que dar también tiempo al tiempo, para experimentar en los laboratorios, para que nuestros científicos desarrollen sus proyectos y para que nosotros nos hagamos más conscientes, más prudentes y estemos preparados para lo que pueda venir. No hablo de nuevas oleadas, hablo de nuevos comportamientos que conlleven riesgos inútiles. A veces los seres humanos, dejamos la segunda parte, lo de ‘humanos’, aparcado y nos convertimos simplemente en seres en los que la irracionalidad prima sobre todo lo demás. Cinco millones de dosis permanecen guardadas sin inyectar en el club comunitario. Cinco millones de personas que quedan a la espera de su momento, entre una cierta tranquilidad y la incertidumbre propia de los casos registrados. A esta ralentización tenemos que añadir los distintos incumplimientos de los laboratorios en el suministro. Y no estamos para esperas. Del cumplimiento de estas entregas durante este y los próximos meses depende que se pueda cumplir el objetivo de que el 70 % de la población adulta esté vacunada al final del verano. Así y todo, el miedo es libre.