Hoy es el día mundial del agua. Y su lema, el valor del agua, es oportuno porque recuerda cuán importante es diferenciar valor (utilidad) y precio. Se entiende comparando dos bienes contrapuestos, agua y diamantes. Éstos tienen un precio elevado y escasa utilidad. Con el agua sucede lo contrario. Pero el ciudadano, lo dijo Quevedo («poderoso caballero es don Dinero»), antepone el precio al valor.

Hablamos del bien más valioso, pues del agua depende la vida. Tampoco la hay sin aire ni energía natural, solar o gravitatoria (la energía antrópica, como la eléctrica, es reciente). Pero mientras el agua a veces escasea, lo que la hace más valiosa, los otros dos bienes vitales son más abundantes. También explica que la historia de la ingeniería del agua sea la más brillante de cuantas ha escrito la humanidad. Ahí están, es sólo un ejemplo, los acueductos romanos. Como el de Segovia. En grandiosidad sólo la arquitectura histórica puede competir. Pero mientras los grandes templos se construyeron para honra de los dioses, las obras hidráulicas mejoraban la calidad de vida del ciudadano.

No puede, pues, extrañar que desde el 2010 sea un derecho humano universal. Ni que constituya la piedra angular de la Agenda 2030 y sus 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS). El sexto, ‘Agua limpia y saneamiento’, se centra en su problemática, pero, por su transversalidad, impacta en los otros dieciséis. Porque, por ejemplo, ¿cómo alcanzar los tres primeros ODS (fin de la pobreza, hambre cero o salud y bienestar) sin su buena gestión?

Pero este eje social no puede comprometer los otros ejes de la sostenibilidad (económico y ambiental) relacionados entre sí. En efecto, en el medio natural el agua es gratis. Pero llevarla al grifo del ciudadano exige captarla, transportarla, potabilizarla y distribuirla. Y también, pues su uso la degrada, depurarla. Sigue un largo recorrido a través de tuberías e instalaciones cuya construcción exigió grandes inversiones que hay que mantener y renovar con las tarifas de quienes la utilizan. Lo dice la directiva marco y el sentido común. Y ahí está el origen de los males. Con la ilusión de disfrutar de un servicio imprescindible se acepta bien el esfuerzo económico de la inversión inicial, por lo general laminada con aportaciones del Estado y fondos europeos (en países en desarrollo por organismos multilaterales).

Pero el mantenimiento y la renovación es bien distinto. Es un gasto menor, sí, pero es continuo. Y el ciudadano piensa que, adquirido un derecho esencial, el Estado debe asumir la mayor parte de esos costes y se muestra reacio a cualquier subida tarifaria. Una falta de atención que pagan tuberías que fugan y depuradoras que no depuran. Y tal es el reto del agua urbana, compatibilizar la componente social con el gasto que supone mantener estos sistemas. Tarea compleja, sobre todo en marcos sociales frágiles. El conflicto se allana con eficiencia, gobernanza, formación (de quienes deciden) y un sistema tarifario progresivo que proteja a los débiles. Pero los costes se deben asumir porque, de no hacerlo, el problema se agrava. Y conviene que todos sean conscientes del coste de un servicio de calidad. Porque, Cervantes lo recuerda, «lo que cuesta poco se estima en menos».

España ha superado la agria polémica trasvase o desalación, debate absurdo que el tiempo ha puesto en su lugar. No hay trasvase y muchas desaladoras construidas están paradas. La solución era, y es, mejorar la gestión. Además, como esta sociedad vive del conflicto, el agua ya no está en el foco mediático, hoy presidido por la pandemia y las turbulencias políticas. Es una buena noticia, porque serenidad y sosiego son ingredientes necesarios para implementar buenas reformas. Con todo, el asunto más importante es gastar bien la parte de los fondos europeos que llegarán al mundo del agua. Y conviene aprender de los errores del pasado (incluido el fiasco Aquamed), definiendo claros criterios ex–ante y ex–post que garanticen la utilización y mantenimiento de lo que se construya. Para que la economía circular (reutilizar aguas depuradas, pluviales o grises con redes duales) llegue al agua hay que introducir reformas. Como Alemania, que para propiciar la reutilización de las aguas pluviales y laminar inundaciones urbanas, grava la escorrentía de las edificaciones. Un papelón para alcaldes que deben subir las tarifas a quienes les votan. Es necesario desacoplarlo regulando el agua urbana, otra reforma necesaria.

Si nos atenemos a lo que escribió Machado, todo necio confunde valor y precio, esta cultura del agua ha creado muchos necios hídricos. Por ello, sólo con una educación ambiental que la adecue a lo que el siglo XXI exige, los necios devendrán cuerdos. Ojalá el día y el lema de hoy ayuden.