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andres hernandez de sa

El Partido del Pleistoceno (PP)

Mariano Rajoy. EFE

En menos de una semana, dos diputados del PP han tenido que pedir disculpas por otras tantas manifestaciones rancias, casposas y clasistas obscenamente proferidas en el Congreso. El miércoles 17, el diputado Carmelo Romero, intentando ridiculizar a Íñigo Errejón, faltó el respeto a los millones, sí, millones, de ciudadanos que en este país necesitan recurrir a los servicios de salud mental no solo por los estragos de la pandemia, sino ya de antes. Ese «¡Vete a un médico!» que espetó a voz en grito fue de un desprecio tal que provocó una reacción inmediata de la comunidad virtual y de la real, incluídas voces relevantes de su propio partido.

Menos de una semana después, ayer mismo, el diputado Diego Movellán retiró a instancias de la interpelada ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, unas palabras de marcado signo machista: «Hablan mucho sobre igualdad en su partido y su propio líder nos ha dejado claro que ahí dentro las mujeres solo suben en el escalafón si se agarran bien fuerte a una coleta», en alusión a Pablo Iglesias. Imagino que a este insigne representante de los votantes del PP por Cantabria no se le habrá ocurrido en ningún caso que la exvicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, o la ex secretaria general del PP, Dolores de Cospedal, ascendieron a sus cargos agarradas a las barbas de Mariano Rajoy. O que Ana Botella llegara a alcaldesa de Madrid a lomos del bigote de su marido, José María Aznar. Seguramente porque en su imaginario solo las mujeres de derechas son capaces de progresar por sus méritos propios.

Son, en todo caso, dos declaraciones que anclan al Partido Popular en el pasado. En un pasado ya ampliamente superado por la práctica social pero que algunos miembros de ese partido y Vox se empeñan en reabrir permanentemente en una incesante ‘guerra cultural’ en busca de los votos perdidos. Como si estuviesen más cómodos en el Pleistoceno que en los tiempos que corren. Y que, además, les colocan en una especie de burbuja completamente ajena a la realidad. Como aquella ocasión en que la entonces diputada del PP por Castelló Andrea Fabra bramó en julio de 2012 un «¡Que se jodan!» cuando Rajoy anunció un recorte en las prestaciones por desempleo.

En todo caso, si por el PP fuera -más bien por sus sucesivos dirigentes, porque entre la militancia la sensibilidad es bastante mayor, como corresponde a gente con las mismas preocupaciones que sus vecinos- no tendríamos hoy ni ley del divorcio, ni del aborto, ni del matrimonio igualitario, ni, por supuesto, la recién aprobada de eutanasia. Eso sí, bien que se dio luego prisa Francisco Álvarez Cascos en divorciarse; o Javier Maroto en casarse con su novio; sin que podamos saber como han podido beneficiarse otros en el partido de la ley del aborto o cómo lo harán en el futuro de la de eutanasia. Ahora que el PP está tan empeñado en defender la libertad frente al comunismo y el socialismo, no estaría de más que explicara cómo casa esa apuesta con la oposición a esos derechos. Más le valdría, antes, limpiarse toda la caspa que le cae a raudales cada vez que se suelta la melena y acoplarse a una sociedad moderna y con pocas ganas de volver la mirada hacia atrás.

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