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A VUELAPLUMA

Alfons Garcia

Días de duelo

Adam Zagajewski Levante-EMV

Pensaba decir alguna cosa sobre Adam Zagajewski, otro poeta muerto, y sobre los juegos florales en torno a un presunto adelanto electoral valenciano, pero tengo que dejar las manos libres para aplaudir la decisión de Toni Gaspar. ¿Es lo mejor disolver Divalterra, la vieja Imelsa? No lo sé, pero me parece la solución más honrosa para una estructura que se ha demostrado tóxica, podrida. Divalterra, la vieja Imelsa, ha sido el mayor foco institucional de corrupción en la política valenciana, un pozo de nepotismo y zombis desde antes de que saltaran las alarmas y del que ayer mismo (una de esas jugarretas de la historia) la jueza constataba en un auto cómo el último presidente de la Diputación de València con el PP, Alfonso Rus, y sus acólitos utilizaron la mercantil «en beneficio propio» y contrataron a trabajadores «para responder a favores solicitados por terceras personas». La magistrada enumera hasta 12 personas que «percibieron salarios sin haber desarrollado ningún trabajo efectivo para esa empresa». No hace falta añadir más. Si se cuenta que una vez convertida en Divalterra ha dado pie a otra causa judicial (incomparable, pero causa) por contrataciones que no debían ser, a gerentes caídos por gintonics pagados a sus colaboradores a costa del erario público y a una pelea de gallos entre directivos de alto standing por seguir haciendo y deshaciendo a su gusto, el círculo se cierra.

La solución que el ahora presidente de la diputación activa debía haberse tomado hace seis años, cuando la izquierda entró en la institución. No lo hizo. Y lo pagó. Creo que Gaspar ha acabado convencido de que eran mayores los riesgos que lo que podía dar de sí la cosa aunque la transformaran en algo distinto pero con los mismos. Y ha resultado que no era tan complicado. Han bastado semanas. La colaboración de Compromís (Maria Josep Amigó) ha sido clave: también ha visto las barbas de los suyos a remojo. Adiós, Imelsa. No creo que vaya mucha gente al entierro.

Y así llegamos a Zagajewski, el poeta que se despidió del mundo el día mundial de la poesía: la última broma de quien aprendió a mirar el mundo con una leve distancia. Zagajewski representa una historia más de la crónica cruel de la Europa del siglo XX: deportación, guerra, lucha contra la dictadura comunista y defensa de una idea de Europa. Lo que sé de Zagajewski lo sé por una especie de memorias en las que decía que lo importante era no olvidar nunca las preguntas aunque no se encuentren las respuestas. El mensaje sirve para entender Europa, un sentimiento en perpetuo cuestionamiento. Como pasa ahora con las vacunas. Los países menos comunitarios y democráticos consiguen ir más rápido, mientras en la inmaculada Europa faltan dosis. Un obstáculo más para un proyecto que requiere menos ideales perfectos esculpidos en mármol y más argumentos de barra de bar.

Y aquí, en casa, la prueba de que la pandemia se aleja (temporalmente) es que surge la pompa de jabón de un adelanto electoral. Estoy convencido de que es solo evanescencia y que hasta que el virus sea pasado (y pasado significa inmunización general) nadie en sus cabales pensará en anticipos de elecciones ni en crisis de gobierno. Básicamente porque aunque pueda resultar positivo para Ximo Puig (y para el gobierno de izquierdas) desempolvar las urnas si Pedro Sánchez lo hace (así pasó en 2019), nadie tendría modo alguno de justificarlo, en especial ahora que el tripartito funciona. Y todo aquello de la singularización valenciana quedaría además por los suelos si se convierte en norma buscar la sombra del hermano mayor. La estabilidad carece de interés poético, pero es un bien deseable, escribió Zagajewski. Pues sí.

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