No nos gusta desprendernos de algo que ya teníamos o que formaba parte de nosotros. Eso de soltar y continuar adelante no se nos da muy bien. Recogemos sí, pero no soltamos y, como no podía ser de otra manera, el peso es cada vez más grande y la energía se evapora por debajo de una mascarilla que nos sigue tirando de las orejas.

Quizá es nuestra cultura la que nos enseña a guardar la vida en cajones de armarios que llegan hasta el techo. Las tiendas están llenas de artículos de almacenaje para organizar recuerdos, creencias, historias o costumbres. Y así vamos, acumulando situaciones, personas o parte de la vida que sabemos que no nos cabe en esa mochila que conocemos todos. Pero ¿cuánto nos cuesta deshacernos de algo? ¿Cuánto nos cuesta soltar a esa persona-ancla? ¿O soltar esa costumbre que nos contractura el cuello, la espalda y hasta nuestra libertad? Cómo nos gusta encorsetarnos en lo conocido, en el drama de siempre, en el camino a casa repetido, en la rutina vacía y en los sueños pendientes. Nos quejamos mientras nos agarramos fuerte.

En estos meses, la situación nos ha obligado a desprendernos de personas queridas y situaciones muy nuestras que nos han hecho tambalearnos y buscar desesperadamente el punto de equilibrio para estar en línea con nuestro propio horizonte. En esas pérdidas, desatar el lazo duele. Uno no acaba de estar preparado para perder lo repentino, para dejarse el corazón. Esas pérdidas nos roban el aire, y a bocanadas nos vamos recuperando.

Pero la situación de ahora también nos ofrece la oportunidad de aprender a perder otras cosas. Esas que pendían de un hilo antes de la pandemia, esas que estaban por estar, y no estoy diciéndote nada nuevo. Situaciones que no queríamos, que nos desgastaban, que sabemos que no queremos y que seguimos viviendo con el piloto automático; rutinas, compromisos, actividades que sabemos que están de más, que no necesitamos, que cuando podemos evadirlas se nos alegra el corazón por ‘lo bajini’.

¿Para qué mantenerlas?

Esta situación es una oportunidad, como comentaba líneas arriba, para vivir la vida de otra manera. Aprende a perder, a soltar. No te aferres a lo que no quieres. Atrévete a sacar la basura de vez en cuando. Si te quejas demasiado de algo, no es para ti. No lo disfraces. Aprovecha el cambio que te trae esta normalidad. No tengas miedo a perder. Renuncia a esa amistad que sabes que no camina a tu lado, no volverás a sentir ese vacío jamás cuando compruebes que caminas solo en realidad. Renuncia a todo lo que suena a hueco, porque ahí solo hay aire. Solo cuando renuncies, te darás cuenta del espacio que estabas ocupando con cosas que ya no son para ti y el espacio que ahora tienes libre para volver a llenarlo.

Esta situación que estamos viviendo nos puede colocar ante una perspectiva diferente, la de llenarnos de cosas que sí nos valen la pena, sin que permanezcan demasiado, quizá, pero que si pasan por nosotros nos aporten, nos evolucionen, nos hagan crecer lo que queramos crecer y hacia donde queramos hacerlo.

No te quedes solo porque ya lo conoces. Quizá, lo que está por descubrir te trae recuerdos mejores, mejores momentos, mejores personas. Revisa tu trastero interior. Es el momento de recolocar tu espacio. La soledad se apila en cajas y a veces es necesario que se caigan al suelo para darte cuenta de que hace ya mucho tiempo que no las necesitabas.

Un año después del inicio de esta vida trastocada, el trastoque nos puede traer muchas cosas. Depende de ti, comprueba si vas liviano para volar hacia ellas.