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Alfons Garcia

Necesito un lugar

Esto de desvestirse en público cada sábado tiene sus días extraños, como ese en el que quedas como un moñas. Hace unos días volví a un concierto. Eran 378 días desde el último, que ya son, y una pandemia con 75.000 muertos solo en España, que ya son, así que salieron los músicos, empezó a sonar la sala y algunas lágrimas espesas se acumularon en la mascarilla. Más por el amontonamiento de lo vivido que por el artista, que también era importante, claro. Tiempo este de viejos boxeadores, de levantarse después de un golpe y saber que vendrá el siguiente, de volver a subir al ring aunque las posibilidades de victoria sean menos que cero. Pero eso ya es algo. Bastante para la esperanza.

«Necesito un país que se arranque la tristeza. Gente buena porque sí...».

Lo que nos preocupa son las fallas, que las aseguren como sea, en julio o en el decimotercer mes del año. Como si no hubiéramos entendido que no hay nada seguro. Lo que nos preocupa es la Semana Santa, si nos vamos a Formentera o a Benicàssim. Si vienen alemanes y británicos, más por el agravio que por el peligro. Lo que nos altera, al menos a mí, es encontrar cada pocos días titulares de prensa sobre vacunados de 60 o 65 años en otras comunidades, aunque al profundizar observes que hay matices.

«Algo menos de rencor, algo de delicadeza...».

Se necesita un país más realista y frío, con previsiones más serenas. Sostener que la mitad de los adultos valencianos pueden estar vacunados a mitad de año cuando quedan miles de mayores de 80 años por pinchar aún es empecinarse en una ilusión con demasiados riesgos de derivar en frustración.

Ya deberíamos haber aprendido que la mejor receta de estos años torcidos es realismo y prudencia. La economía no va tan acelerada como se preveía, el empleo no repunta como los informes decían, la vacunación va más lenta de lo que se esperaba… Conviene bajar la cabeza y pecar de humildes antes que de atrevidos. Ya deberíamos saber que todo va a ser lento y costoso. Y que incluso cuando se alcance la inmunidad, la pandemia seguirá ahí. La salida solo será con esfuerzo y jirones en la piel.

«Necesito un país sin codicia ni muros... Un país que no tenga espinas...».

Un país con políticos que sean capaces de hablar sin gritarse. Un país que respire profundo la brisa de la mañana mirando el mar. Un país que no olvide que al otro lado de la orilla hay algo y hay alguien. Un país menos egoísta, sin más himno que el canto de los gorriones ni más bandera que las alas de un petirrojo.

«Un país en las calles, que no se desmaye...».

Un país que reivindique la ternura. Un país de sonrisas aunque sean ocultas. Un lugar donde la gente mire al frente y no esconda la cabeza en pantallas vigiladas desde algún servidor a 20.000 kilómetros. Un lugar donde la libertad no sea el último dato que alguien esté dispuesto a comprar. Un país donde al menos alguien vigile a los vigilantes invisibles. Un lugar con más hospitales que casinos de colores y más teatros que barberías de diseño. Con más mirones que opinadores y más políticos de verdad que predicadores. Un lugar que mire a tantos seres invisibles. Con menos casquería mediática y más libros que tabletas. Donde el sentido común valga más que el tráfico digital.

«Un lugar apacible, realista pero que sueñe lo imposible...».

Donde el futuro no sea un contrato precario de por vida, una bicicleta vieja y una mochila más grande que tu espalda. Donde no llegues exhausto a la jubilación y solo puedas aspirar a una casa de cartón. Un lugar donde la ciencia sea algo más que el nombre de un ministerio. Un país con más colegios que iglesias. Y que venere la belleza si algo hay que honrar.

«Un país que nos mire con ojos de niño...».

Un país que se asome al malecón y no llore de espanto al ver su vida pasar. Que conserve la inocencia aún a costa de que no salgan las cuentas. Un país de gente normal.

El piano y el violín callaron, la voz de Marwan se transformó en sonrisa. La vieja canción se fue. Los sueños perduran. Porque hoy empieza todo, como enseñó el cine. Algo así era vivir. Pase lo que pase. No hay despedida para siempre. 

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