Son las 21 horas en el cuartel general de Ciudadanos de un día cualquiera antes de cerrar las listas electorales para el 4 de mayo, la fecha implosiva de las elecciones madrileñas. Mayo siempre ha sido atribulado en Madrid, primaveralmente sangriento. Ni la tienen pagada, la sede, ni les dará para el alquiler como las cosas sigan hundiéndose en la formación naranja. Ocupan un edificio en cubillo, una esquina curvilínea en la madrileñísima calle de Alcalá, pero más allá de la M30, cerca de la plaza de toros de las Ventas, al lado del hotel Alcalá, donde siempre recalaba el Athletic de Bilbao porque en sus bajos estaba el mejor restaurante vasco de la capital. Allí le disparó Sáenz de Ynestrillas a Jon Idígoras, diputado de HB.

Carlos Cuadrado, el nuevo Rasputín de Ciudadanos, les ha convocado. Tiene novedades importantes que proponerles. Ascendió de tesorero con Albert Rivera a vicesecretario con Inés Arrimadas. Ha pedido un Uber Eats de sushi y arroz tres delicias como le gusta a la flaca de Arrimadas. Es el responsable del huracán desatado tras la moción murciana, el aprendiz de brujo al que se le ha inundado el laboratorio porque no calibró adecuadamente las consecuencias de su movimiento táctico, un efecto mariposa que puede costarle la supervivencia al partido.

Han llegado todos los que quedan en la cúpula. Han perdido la agenda. La tenía Fran Hervías. El joven cuarentón al que confiaron la organización del partido se ha llevado todas las direcciones, emails y teléfonos. Hace días que Hervías no le coge el móvil a nadie cercano a Inés, pero le suministra todos los datos necesarios al guapo ciezano Teodoro, el pepero García Egea, quien reaccionó con fiereza a las andadas murcianas de Cuadrado con el ministro socialista José Luis Ábalos. En esas cocinas pimentoneras se fraguó la absorción a lo bruto de Ciudadanos por el PP, incluida la operación Cantó. Alexis Marí y Carolina Punset, Fernando Mut, se han quedado demudados, hasta Fernando Giner anda estupefacto, sosteniendo lo último de la sociedad ciudadana valenciana.

Las encuestas señalan un despeñamiento en toda regla. Peor que el del CDS de Adolfo Suárez. Si la falta de pegada de Ignacio Aguado era el problema, el pobre ha quedado para el arrastre. Ha abandonado la primera línea y además no le han dejado replicar a su exsocia Díaz Ayuso, la fulgurante política que ha emergido de llevar la contraria durante toda la pandemia bajo la férula de otro gran asesor sabelotodo, Miguel Ángel Rodríguez, el histórico periodista MAR, el antebrazo de José María Aznar. Pero no ha habido efecto Edmundo Bal, el nuevo líder naranja, al que ya nadie recuerda en su feroz papel acusador como abogado del Estado contra los delitos fiscales de Jordi Pujol y de diversas figuras del fútbol nacional, como el mismísimo Leo Messi.

No hay efecto Bal, pero Marina Bravo, la ingeniera y antropóloga zaragozana afincada en Barcelona les informa que puede recomponerse con relativa rapidez el apoyo de los intelectuales paleofundacionales del partido, el núcleo duro de la ideología liberal que el personalismo barbilampiño de Rivera tiró por la borda. Las ratas abandonan el barco pero la orquesta sigue tocando aunque se hunda el Titanic. Tal vez Francesc de Carreras regrese en estos momentos delicadísimos, o Félix de Azúa vuelva a pedir el voto para la papeleta naranja. ¿Fernando Savater? ¿Y Albert Boadella? Los teatros del Canal serán ahora para Cantó, probablemente. ¿Alguien se atreve a llamar a Arcadi Espada? ¿Y si le proponemos un papel preferente a Cayetana Álvarez de Toledo? Ella sí que está quemada con el murciano.

El votante cree que votarnos ya no sirve para nada. Se ha puesto en marcha la llamada espiral del silencio: todos los indecisos se suben al carro del ganador, aunque sea vergonzantemente. Lo explicó hace décadas la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. Pero están muy equivocados. Precisamente ahora, con la polarización en marcha, pero también con la presencia de un amplio arco de partidos parlamentarios, en una única circunscripción y muchos votantes, los escaños del partido que haga de bisagra serán decisivos. Nunca antes un partido de centro liberal lo ha tenido más fácil para conseguir el poder y decidir las políticas a aplicar, pero la espiral del silencio se los lleva por delante.

Esto no se puede explicar. Nadie lo entiende. Todo el mundo en Europa sabe que el centrismo liberal es delicuescente. Va y viene, siempre en la cuerda floja, fuera y dentro del parlamento. Pero fueron liberales los que decidieron los gobiernos conservadores y socialdemócratas en la Alemania de los 70 y 80, y gracias a ellos se aprobó el despliegue de los misiles antisoviéticos. Y fueron liberales los que mantuvieron a los ‘tories’ ingleses de David Cameron en el poder. ¿Y acaso no es liberal Emmanuel Macron, el político capaz de sobrepasar a gaullistas y socialistas en la tradicional política francesa?

Toma la palabra Cuadrado y anuncia la bomba. Con intelectuales y con un programa liberal paneuropeo o afrancesado no hay nada que hacer, se necesita un golpe de efecto, mediático, un gran fichaje televisivo, influencer. Belén Esteban no ha querido, pero ahora ya lo tenemos. Estaba deprimido, litigando su divorcio, recuperándose de una afección cardiaca, pero Iker Casillas, el genial portero, el capitanísimo ganador del Mundial, viene con nosotros. Está convencido, lo he conseguido. Espero que me perdonéis el desastre murciano. Con Iker salvaremos el penalti, pasaremos del 5 % y seremos decisivos. ¡Hala Madrid y nada más!

De repente, sonó el despertador. El votante liberal madrileño de toda la vida se incorporó de la cama. Había estado soñando.