"Quien no condena la violencia, es que está con ella". Esta frase a propósito de la violencia desatada hace unas semanas en Barcelona, ha sido ampliamente utilizada por la mediocridad política y algunos medios de información, para explicar quienes son los causantes de tal violencia, pero sin entrar a hablar de las razones, porque en el fondo, dicen no haber razones para una violencia ejecutada, según ‘ellos’, por menores, delincuentes, drogadictos, desarraigados y… anarquistas, por supuesto. Y además, descubren que son italianos, con lo cual, queda todo aclarado: No hay razones para tal violencia, es que son anarquistas italianos.

Profundicemos un poco.

Barcelona, desde hace siglos, destaca por una magnífica organización ciudadana y ser un referente en lo que atañe a luchas sociales y obreras. Una de las consecuencias de ese continuo espíritu rebelde, es que la ciudad, no tiene ninguna necesidad de importar anarquistas de otros lugares, pues los viene produciendo desde hace siglo y medio.

Lo del rapero Hasél, simplemente fue la chispa. Si no se quieren analizar las causas, que bien podrían ser la podredumbre del régimen (partidos que roban, fortunas en paraísos fiscales, reyes enriquecidos que huyen, policías ‘patrióticos’ que espían, desahucios sin fin, paro estructural, transfuguismo desbocado, elecciones innecesarias convocadas por interés de los partidos...), la violencia policial, mucha gente al límite de una vida digna, una pandemia inmisericorde, desesperación ante la falta de alternativas… repito, si no se quiere entrar a analizar causas, al menos, hagamos memoria.

El primer anarquista italiano que llegó a Cataluña fue Giuseppe Fanelli en 1868, enviado por Bakunin para ver de qué iba la ‘revolución gloriosa’ que dio lugar al Sexenio Democrático (1868- 1874). Hacia los años 90 de ese mismo siglo XIX, llegó otro conocido anarquista italiano, Errico Malatesta, dando a conocer las ideas de Kropotkin y el anarco-comunismo. No acaba aquí la cosa. En los años 30 del pasado siglo XX, ya residía en Barcelona otro anarquista italiano, Camilo Bernieri, quien tras dejar su impronta en los hechos revolucionarios de 1936, fue asesinado por los estalinistas, no sabemos si por anarquista, por italiano o por revolucionario. Así que lo de los anarquistas italianos no es un fenómeno nuevo, aparecido por el encarcelamiento de Hasél. Viene de lejos. Muy lejos.

Sin querer ser exhaustivo, sigamos haciendo memoria. Ya en 1789, meses antes de la Revolución Francesa, en Barcelona estallaron revueltas por el aumento el 50% del precio del pan, debido a la privatización de su producción por parte del Ayuntamiento.

En 1843 se produce en Barcelona el primer levantamiento contra el gobierno liberal de España, en lo que se conoció como La Jamancia, obligando a los rebeldes a rendirse, tres meses más tarde, a base de los cañonazos del general Prim.

En 1909, cuando, gracias en parte a los anarquistas italianos, Barcelona ya era el principal reducto anarquista de Europa, se produce la Semana Trágica en respuesta al envío de miles de jóvenes y padres de familia pobres a la guerra en Marruecos, mientras la gente adinerada podía eludir el llamamiento mediante el pago de 6.000 reales.

Una década después, en 1919, acontece la decisiva huelga de La Canadiense, cuarenta y cuatro días que llevaron al Estado a declarar el estado de guerra y que finalizaría con la implantación de la jornada de trabajo de 8 horas.

Durante los años 20, Barcelona se sumió en la violencia debido al pistolerismo, que fue una respuesta a la represión y asesinato de sindicalistas por parte de las fuerzas policiales y patronales.

Por no hablar de la Barcelona de los años 30, que culminó en 1936 y 1937 en plena guerra, con más del 70% de las empresas colectivizadas y dirigidas por los propios trabajadores.

¿Quiénes alzaron la voz en todos estos procesos? ¿Quiénes estuvieron siempre al pie de la protesta? ¿Quiénes pusieron en práctica lo que tanto se dice y nunca se hace? Los anarquistas, por supuesto, en un principio a través de sociedades gremiales y posteriormente con organizaciones sindicales, apoyados, a veces, por algunos socialistas y republicanos.

En todos estos procesos hubo heridos, encarcelados, edificios incendiados, penas de destierro, cadenas perpetuas, organizaciones sindicales y escuelas laicas clausuradas, y muertos, muchos muertos, algunos de ellos muy conocidos como el pedagogo libertario Ferrer Guardia, fusilado tras los hechos de la Semana Trágica.

Los motivos de entonces no difieren mucho de los de ahora. Desigualdad, privilegios, pobreza, sensación de abandono, injusticia institucionalizada, abuso de poder, una vida que para mucha gente es un sinvivir (el suicidio es la primera causa de muerte en menores de 40 años). Todo eso lo había antes y lo hay ahora.

Y si hoy en día no hay más protestas, es porque nos educan en la sumisión y la ignorancia, de tal modo que la ‘gente de orden’ prefiere que todo quede como está por si pudiera ir a peor, mucha juventud (no toda por suerte), quieta/parada en casa de los padres que es donde mejor se vive, las personas desempleadas (no todas por suerte), desahogando penas con el futbol, quienes van a ser desahuciados (no todos por suerte), en casa mirando la tele esperando que les echen, un montón de indiferentes que creen que nada de lo que pasa va con ellos y sobre todo, miedo, mucho miedo y desconfianza hacia todos y hacia todo.

Quisiera terminar estas reflexiones con tres conclusiones.

La primera, que el anarquismo no es una causa postmoderna de jóvenes que se resisten a madurar, sino un compromiso serio que exige organización (no centralizada), disciplina (no autoritarismo) y coraje (no temeridad), compromiso que, repasando la historia, vemos en muchos de nuestros ancestros anarquistas.

La segunda, que el anarquismo no es violento ‘per se’, pero sí que es el primero en organizarse y responder a una violencia tan normalizada, tan institucionalizada, tan asumida que ya no vemos porque no parece tal violencia.

La tercera, que no hay que lanzar tanto grito al cielo, porque no está pasando nada que no haya pasado ya y, por tanto, cargar la culpa de lo acontecido en los anarquistas (y si son italianos peor), es de una inconsistencia total, una falta de memoria histórica absoluta, un nivel argumental bajísimo y muchas ganas de desviar la atención de los verdaderos problemas.