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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Nacemos desnudos

Nacemos desnudos, comentará una y otra vez Pinazo, quien nos ha legado cientos de bocetos en esa circunstancia

Gracias a la investigación y el diseño aplicados a la industria, una empresa familiar de un pequeño pueblo de Almería ha puesto a su tierra en el mapa. La localidad se llama Cantoria y la empresa Cosentino. Han creado superficies como el silestone o el dekton, piedras artificiales que han revolucionado las cocinas y baños contemporáneos. Ellos han apoyado, también, una fundación junto al artista García Ibáñez que fomenta la difusión del arte y la cultura en general. Y esa misma fundación colaboró en la organización, en la propia Almería, de una exposición sobre el desnudo en la obra del pintor valenciano Ignacio Pinazo Camarlench, muestra que se pudo ver en el Almudín de València con motivo del centenario del fallecimiento del pintor, en 2017.

He tenido la fortuna de conseguir un ejemplar de esa modesta pero brillante publicación editada con tal motivo y que, en mi opinión, representa un avance cualitativo muy importante en la obra y trascendencia de Pinazo, en especial en el contexto valenciano. En la misma se presenta un estudio del profesor Javier Pérez Rojas, superador de las miradas más clásicas de historiadores del arte como González Martí. La tesis de Pérez Rojas emparenta al mayor de los Pinazo con el universo fractal. No habría caos ni falta de concreción, indeterminismo en la obra pinaziana, sino complejidad física, cuya materialidad no es fija sino dinámica, impredecible.

Pérez Rojas aporta una amplia documentación, incluyendo los testimonios epistolares del artista de Godella, quien desde esa posición tan periférica de la localidad estival de la huerta valenciana seguía con entusiasmo las grandes polémicas artísticas del siglo XIX. Pinazo, al que se acusaba de dejar mucha obra inacabada, defiende ese estilo e intuitivamente coincide con las tesis de Baudelaire, crítico con las piezas demasiado terminadas, relamidas hasta el punto de no dejar ningún espacio abierto a la imaginación subjetiva del espectador. Y lo mismo cabe decir del continuo deambular en la obra de Pinazo entre el dibujo académico a lápiz, la mancha de color más transgresora o los óleos de gran porte donde entremezcla realismo de aire neoclásico con las sugerencias tenues cercanas al simbolismo.

Frente al éxito social de Joaquín Sorolla, quien se convierte en una máquina de pintar paisajes y retratos, antes de morir explotado por los encargos grandiosos de Archer M. Huntington, Pinazo prefiere investigar el mundo popular de Godella y seguir los debates sobre la pintura de una época que preludia la revolución del arte moderno. Pérez Rojas subraya esa apuesta pinaziana, la clara conciencia del artista sobre su camino elegido. No en vano, Pinazo Camarlench fue considerado en su día como punto de referencia para situar el nacimiento del IVAM, del mismo modo que el Guernica de Picasso supone el arranque del Reina Sofía que ya deja atrás los tesoros del Prado.

La temática del desnudo en Pinazo es, además, una referencia perfecta para seguir el destino de la pintura del XIX, que a mediados de siglo reivindica la herencia clásica, el cuerpo humano que los estudios de anatomía hacen todavía más necesarios. Nacemos desnudos, comentará una y otra vez Pinazo, quien nos ha legado cientos de bocetos en esa circunstancia, tanto de su etapa académica como de sus estancias romanas. Una época en la que los becados de la Diputación de València debían superar un examen de dibujo al natural de un desnudo mientras los profesores de anatomía de la Facultad de Medicina loaban aquel espíritu que unía a la ciencia con el arte. Nacemos desnudos.

Desnudos, también, son algunas de las obras maestras de Pinazo, como El guardavías o los Juegos icarios, Las hijas del Cid abandonados en un robledal y algunas odaliscas que le emparentan con Ingres, Fortuny y otros maestros, piezas casi todas ellas de la propia diputación –la gran mecenas de aquel momento– aunque muchas de ellas depositadas en el museo de Bellas Artes.

Leyendo a Pérez Rojas se nos hace más intensa la ausencia de un planteamiento serio para dar cuenta de ese periodo, decimonónico, que él mismo llama «la edad de plata de la pintura valenciana», donde emerge una sociedad industriosa y cuya cuota de poder se amplía en la nación y en la propia capital, una urbe que va dejando atrás su ciudad vieja y su cinturón agrario para compactarse gracias al Ensanche y emerger como una nueva gran ciudad metropolitana.

No sabemos por qué han fracasado todos los intentos de acometer ese espacio artístico dedicado al tiempo de Sorolla y de Pinazo, cuya reivindicación está más que de sobra justificada. Una asignatura pendiente que esperan edificios singulares emparentados con aquellos años, del Edificio del Reloj en el puerto a la estación del Norte e incluso al palacio de Correos. 

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