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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López

Pues sí, vete al médico, ¿por qué no?

Hace unas semanas, el portavoz de Más País, Íñigo Errejón, pedía en su turno de la sesión de control al Gobierno, una política más ambiciosa para la salud mental, momento en el que facilitó datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que reflejaban que en España se suicidan diez personas al día. A mitad de su alocución, un diputado popular, Carmelo Romero, viejo conocido en estas lides, gritó “vete al médico”. Con ello no solo despreciaba el razonamiento de Errejón, sino a los desórdenes mentales y a quienes los padecen. En su descarga debo decir que, más tarde, en las redes, se disculpó por lo que consideraba “una frase desafortunada”. Gracias a la psicología social sabemos qué es un prejuicio y cómo funciona. Además, podemos distinguir entre el estereotipo (dimensión cognitiva), el prejuicio (dimensión emocional) y la discriminación (dimensión conductual). Un tabú son aquellas prohibiciones construidas socialmente a través de prejuicios que se han extendido. Las enfermedades psicológicas son uno de esos temas tabú que se viven en silencio, porque hasta hace poco se consideraba que quienes iban al psicólogo “estaban locos” y, claro, expresiones como las de Romero no contribuyen a normalizar la situación.

¿Qué diferencia a una persona que necesita inyectarse insulina para que su páncreas funcione bien de otra que necesita tomar una pastilla para reducir los niveles de ansiedad o segregar más serotonina en su cerebro y, en consecuencia, estar más feliz? Sinceramente: ¡nada! De los españoles que sufren estrés de manera frecuente el 53 % ha desarrollado una enfermedad física (somatización) o problemas emocionales como ansiedad o depresión. Un 38 % ha tenido dificultades de concentración y rendimiento. El 5 % ha perdido a sus amigos. El 4 % ha renunciado a su empleo. Al 2% le ha llevado al divorcio o a la separación y a otro 2 % le ha provocado el despido laboral.

Pues sí, hay que ir al médico cuando no nos sentimos bien, y no solo cuando el dolor es físico, sino del alma. El deterioro social y laboral de las personas con cualquier enfermedad mental es terrible. Las pocas que se animan a ir al psicólogo o al psiquiatra tienen que lidiar con la soledad, la culpa o la vergüenza en una sociedad que ha establecido unos requisitos muy rígidos para encajar en ella. Me dijeron que no le diera tanta importancia a ese comentario, que el Parlamento se había convertido en un patio de recreo. “No insultes a los niños y a las niñas”, respondí. Este tipo de comentarios no se pueden pasar por alto, ya que tiran por la borda todo el esfuerzo de muchísimos profesionales que día a día buscan fórmulas para dar visos de normalidad a lo que debería ser normal. Para no tener que vivir en silencio la tristeza, la ira, el estrés o cualquier patología mental. Porque el silencio ahoga. Y cuando uno siente que se ahoga solo ve una salida, ya lo refrendan los datos del CIS. Deberíamos acostumbrarnos a mirar a nuestro alrededor y a observar cómo están nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo o nuestros familiares, y si es necesario recordémosles que estamos a su lado y que no pasa nada por ir al médico.  

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