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Alfons Garcia

Pecado de ingenuidad

Estoy cansado de despertarme por la noche con miedo. Hastiado de este sudor que anticipa desgracias sobre los cercanos. Estoy cansado de visitas despegadas y saludos a una ventana. Cansado de conversaciones imposibles y comunicación entrecortada.

Lo peor no es regresar de vacaciones. Lo peor es que todo siga igual. Supongo que es el enésimo pecado de ingenuidad.

Llegas y ahí está el denso ambiente guerracivilista que parece perseguirnos como una deuda nunca bastante pagada. Los provocadores encuentran a los exaltados sin demasiado esfuerzo, como iban buscando. Nada nuevo. La escena madrileña representa el triunfo del odio sobre la compasión. Demasiado encanallamiento en las calles. La mejor antifascista el otro día en Vallecas fue la mujer mayor apoyada tranquilamente en el quicio de su ventana, sobre una pancarta tan sencilla como efectiva, que con una imagen retrataba el aroma podrido que subía de los ultramontanos de abajo.

Llegas y el racismo no se ha ido. Racismo en el fútbol y racismo en una frutería de Benicalap. Uno se ve más que otro, pero ni en uno ni en otro caso ha habido resultados significativos. Aunque si eres pobre, el racismo tiene menos escapatoria. De telón de fondo, el juicio al autor de la muerte de George Floyd en Minesota. Aquí no hay Black Lives Matter. Ganan el silencio y la indolencia.

Llegas y las vacunas, claro. Vuelves y ahí están: el gran tema. Las vacunas sería mejor inyectarlas y no hablar tanto de ellas. Cuando se está todo el día con pronósticos se corre el riesgo de convertirlas en instrumento de propaganda. Hablar y hablar del futuro feliz que llegará. Antes iba a ser en junio, ahora es después del verano, con casi todos vacunados, dicen. La realidad es que ahora son pocos, más de tres meses después de empezar, y que otros continentes y países han conseguido inyectar más dosis.

Así que en la UE emerge el sálvese quien pueda. Y siempre podrá más el más rico. Por eso Alemania empieza a preparar la compra de vacunas rusas por su cuenta. Lo peor es pensar que esto va para largo, que no acabará con esta campaña, que antes de que finalice habrá que empezar con la siguiente, porque el virus seguirá ahí con sus mutaciones. Y habrá países que estarán a dos velas, aún sin vacunas. Es la economía de mercado, dicen los pragmáticos. Un mundo de mierda más bien, donde los ricos preferimos no contemplar la miseria, aunque suponga preservar reservas del virus en rincones pobres. Mientras ese sea el panorama, el debate de la liberación de patentes será inevitable, aunque no guste a los conversos por 30 monedas al liberalismo sin escrúpulos.

Y llegas y un fiscal deja en mal nombre a la profesión: arrincona a la víctima de una violación múltiple y la somete a una segunda agresión, en público y con micrófonos. No ha mediado disculpa ni medida disciplinaria. Quizá no hemos progresado tanto, porque hace treinta años al fiscal del caso Nevenka lo apartaron del juicio por un trato equiparable.

Debo de ser marginal porque me deja frío, y más en estos tiempos turbulentos, que un Gobierno (valenciano y valencianista) inicie el expediente para declarar bien de interés cultural la paella. Hay más cosas además de la pandemia, el mundo no puede pararse, sí, pero enredarse en fruslerías aturde.

Debo de ser el raro también al que le chirría esta ansía de los líderes locales por dejarse ver en Madrid. No somos nada si no ofrendamos glorias a España. Es nuestro estigma de provincias.

Pero ahí está, ajena a himnos y estrategias políticas, la gente anónima y callada, de vidas mínimas y dignas. La gente que hace y no cuenta. Los huérfanos del relato.

Estoy cansado de despertarme por la noche con miedo. Hastiado de este sudor que anticipa desgracias sobre los cercanos. Estoy cansado de visitas despegadas y saludos a una ventana. Cansado de conversaciones imposibles y comunicación entrecortada.

No te engañes. Gran parte del problema es tuyo. Mío. Tanto tiempo buscando y no hay manera de encontrar. Posiblemente no hay más. Caminar y caminar. Extraviados sin destino. La enfermedad aporta ahora el espejismo de una cierta lucidez.

Los veranos no serán los mismos. No sé si serán los míos. Habrá ausencias donde siempre, al lado del mar, en la cala de agua plácida, bajo los toldos azules, mirando la entrada de la última barca en este muelle aún de escala humana. Pero rendirse no está entre los objetivos. Vence la inercia de levantarse una vez más. Sonriendo al destino. Enésimo pecado de ingenuidad.

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