En el gallinero, permítanme el símil, no paran de pelearse por el poder y el transfuguismo se ha convertido en un espectáculo mediático. Esa historia de siempre, cambiarse de chaqueta, que ahora se llama tamayazo. Mientras, la vida sigue con problemas reales y ciertos como el de un amigo mío que, con 64 años, desempleado y tras casi 40 años trabajando, hizo la simulación de su jubilación en la web de la Seguridad Social. Grande fue su sorpresa al leer la siguiente pregunta: ¿Cómo será el cese en tu último trabajo? El sistema propone dos respuestas: voluntario o involuntario. En su situación actual, solo puede acceder a la primera opción; aunque no quiera jubilarse, sino trabajar. Ante este hecho, mi amigo me dijo: «Si me dan trabajo hasta la edad de jubilación yo continúo, no tengo problemas, es más, me gusta mi trabajo; pero claro, si he agotado las prestaciones por desempleo, de qué voy a vivir los meses que me faltan hasta la edad de jubilación; qué otra cosa puedo hacer».

Entiendo perfectamente el planteamiento de mi amigo. Pero, lamentablemente, a su edad eres un cadáver laboral. Los mayores de 55 años y sobre todo las mujeres a partir de esa edad son cadáveres laborales para nuestros gobernantes, sí, esos del gallinero. Según las últimas cifras del SEPE (2021), más de la mitad de los cuatro millones de desempleados son mujeres y casi el 49 % son mayores de 45 años. Estas personas paradas son también cadáveres laborales para muchos empresarios de este país porque no quieren ni oír del tema. Ellos siguen su eslogan al pie de la letra: lo que no son cuentas son cuentos. Y para ellos, los números no les salen contratando a ese colectivo de desempleados.

Mientras la vida pasa y los problemas no se solucionan, en el gallinero no paran de pelearse. Nuestros políticos, en lugar de aportar soluciones a los problemas tan graves que tenemos y que vienen arrastrándose desde hace años, no hacen más que insultarse, siguiendo fielmente a Schopenhauer: «El ofender y el insultar, para ser eficientes y alcanzar su meta, deben ser aprendidos y ejercitados» (El arte de insultar). Al final, los resultados de esta algarabía política es que no se resuelven problemas que afectan a una gran mayoría de personas porque se pierde el tiempo en lances sin fundamento. Estos políticos no son buenos políticos, no responden a la definición de Victoria Camps: «El buen político es el que gana las elecciones por su eficacia, habilidad, poder de seducción o fiabilidad» (Virtudes políticas).

Me pregunto por qué estos políticos partidarios de la ofensa, del insulto y del ruido no se comportan como auténticos políticos e intentan hacer política de verdad; por qué no luchan por resolver el estado carencial de todas las personas sin empleo, jóvenes y mayores. Y por qué no intentan solucionar todos aquellos problemas que acucian a la población: falta de vivienda, de empleo, de prestaciones sociales; listas de espera, vacunas covid, violencia de género, suicidios, grandes dependientes, hambre... Una algarabía que los medios de comunicación recogen y que se extiende en las redes sociales.

Por último comparto la afirmación de Adela Cortina de que «quienes entran en la vida política buscan con demasiada frecuencia su bien privado» (¿Para qué sirve realmente la Ética?). Sin embargo, «lo público no es solo cosa de los políticos» y la sociedad debe ser protagonista de su futuro. Si nuestros gobernantes quieren prolongar la edad de jubilación, deben invertir más en educación, formación y trabajo; deben ser más profesionales y menos burócratas. De esta manera, habrá cada vez menos cadáveres laborales.