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Elena Fernández-Pello

La ecuación de la natalidad

Sin empleo ni medidas de conciliación no hay niños

La socióloga Marta Ibáñez Pascual ha indagado en las razones por las que las mujeres deciden tener hijos. La natalidad en España lleva años en caída libre y la crisis socioeconómica desencadenada por la pandemia de coronavirus ha acelerado el descenso. En los últimos doce meses, según los datos registrados por el Instituto Nacional de Estadística en enero y febrero de este año, los nacimientos descendieron casi un 23 por ciento, y dadas las circunstancias no parece probable que la tendencia se revierta, más bien al contrario. Si antes las españolas lo tenían difícil para animarse a traer hijos al mundo, ahora lo tienen aún peor. Ni lo favorece el contexto ni las circunstancias personales. Muchas han perdido sus trabajos, otras están sobrecargadas física y psicológicamente por el esfuerzo que supone la conciliación en un momento especialmente difícil para ello.
Ta y como están las cosas, Marta Ibáñez considera que la edad media para tener hijos no parece que vaya a volver a las edades biológicamente convenientes. En la decisión de tener o no tener hijos sigue pesando el poder hacerlo dentro de un proyecto de pareja, pero lo más determinante según la socióloga asturiana, son las razones laborales y económicas. Son las que aduce el 90 por ciento de las mujeres de entre 30 y 34 años y más del 80 por ciento de las de entre 35 y 39. A partir de esas edades, cuando hay más probabilidades de estar asentada económicamente, la biología se impone, para muchas es demasiado tarde o demasiado costoso.
La autora de la investigación sobre las razones de las mujeres para no tener hijos, difundida por la plataforma The Conversation, repara en cómo las mujeres van cambiando “la construcción subjetiva de los motivos” por los que renuncian a la maternidad, para adaptarse a las condiciones objetivas. Se acaban acomodando y acomodando sus argumentos, como hacía el zorro con las uvas. Ibáñez, en su artículo, indica que cada vez son más las que dicen no haber tenido hijos porque no les gusta “el modelo de sociedad actual para un niño”. Tener o no tener hijos adquiere, en ese contexto, una dimensión política.
Dado que las cosas no van a cambiar, España, más que otros países de su entorno, tiene un gravísimo problema. No se atajó antes ni hay señales de que se vaya a atajar ahora y lo mismo pasa con el modelo económico, eternamente pendiente de una reforma que haga del desarrollo tecnológico una prioridad y genere empleo de calidad. Impulsar la natalidad, facilitando la vida a las familias para que puedan criar a sus hijos con seguridad y cierta comodidad, es una inversión a largo plazo. Una ecuación que resolver, en la que el empleo, el equilibrio del sistema nacional de Seguridad Social y la inmigración, que, dada la situación, quizás debería empezar a contemplarse más como una oportunidad que como un problema, son las variantes más evidentes de un problema que no tiene visos de que veamos resuelto en las próximas décadas.

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