Si usted es de esos a los que se les revuelven las tripas al leer expresiones como ‘esclavitud o explotación infantil’, ‘tráfico de personas’ o ‘niños soldados’, no se vaya. Siga leyendo para conocer un poco más de lo que Naciones Unidas nos recuerda cada 16 de abril y cómo podemos, entre todos, hacer algo por evitar que sigan subiendo las cifras en el mundo.

Desde Fundación por la Justicia impulsamos el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil, que afecta directamente a más de 10 millones de niños y niñas en el mundo e indirectamente a más de 200 millones, incluyendo a hijos de padres y madres traficados y víctimas de trabajos forzosos. Según la Organización Mundial de la Salud, el mundo, sin excluir ningún país o región, necesita dar una solución urgente al problema global que de la violación de los derechos de la infancia supone la explotación infantil, en cualquiera de sus formas: niños y niñas soldados, trabajadores forzosos en pesca o minería, otros implicados en prácticas de brujería, en emplazamientos familiares y adopciones ilegales destinadas a la explotación, o niñas que son obligadas a casarse o prostituirse.

Hoy viajamos a dos continentes, y dos países: la República Democrática del Congo y Camboya, donde las cifras de esclavitud infantil no paran de subir como consecuencia indirecta de la crisis global de la covid-19. Sin embargo, y aunque parezcan lugares lejanos, debemos ser conscientes de que nuestros hábitos de consumo, y las políticas económicas transnacionales tienen mucho que decir sobre este aumento que parece no parar.

Vayamos a Camboya, donde el 78 % de sus exportaciones son textiles. La crisis internacional en la industria textil, provocada por el descenso de consumo de ropa y complementos durante el confinamiento, ha afectado a toda la cadena de valor, pero especialmente a la raíz de las cadenas de suministro, en las economías emergentes, donde fábricas han cerrado y miles de puestos de trabajo han sido destruidos. Los derechos en materia de seguridad laboral que se habían conseguido en estas regiones las últimas décadas, parece que se hayan esfumado con la crisis del coronavirus, siendo las más perjudicadas las mujeres, y los niños y niñas, sobre todo por los factores de riesgo que les rodean, propios de los momentos que vivimos.

La vulnerabilidad económica puede empujar a familias a obligar a sus hijos a trabajar en condiciones de explotación. Pero es que muchas veces, la necesidad de seguridad, de alimento o de supervivencia, están por encima de situaciones que para nosotros son incomprensibles. El cierre de las escuelas en gran parte del planeta, ha convertido a miles de niños y niñas en más vulnerables hacia el trabajo o la explotación. Además, en el Sureste Asiático, hay que tener en cuenta el factor de discriminación. Con las medidas higiénicas globales implantadas contra el coronavirus, muchas personas son consideradas como impuras por su raza o casta, lo que supone una justificación para su tráfico o explotación.

Algunos de estos factores de riesgo son los que experimentan los niños y niñas congoleños que trabajan en las minas de cobalto. Mientras que el consumo de ropa ha disminuido durante el confinamiento, la tecnología se ha convertido en un bien necesario del cual no hemos podido prescindir. Seguimos comprando, renovando y regalando teléfonos móviles, tabletas y ordenadores portátiles para estar conectados con nuestros seres queridos. Y, ¿qué es lo que tienen todos estos artilugios en común?: baterías; que necesitan del cobalto, el metal que amenaza con convertirse en el nuevo oro gracias a la tecnología a y a la industria automovilística no contaminante.

En la República Democrática del Congo se extrae el 12,9 % del cobalto a nivel mundial, y aunque existen parámetros reguladores de las empresas mineras en cuanto a estándares laborales, la corrupción endémica, los cientos de compañías explotadoras no reguladas y la reducción de las políticas de presión por parte de organismos internacionales durante el último año de la pandemia, hacen que la explotación infantil, lejos de disminuir, aumente, siendo miles y miles los ‘esclavos subterráneos’ de las minas congoleñas. Y la peor parte se la llevan las mujeres y las niñas, que se ven relegadas a las tareas más duras y peor pagadas, a la intemperie, y en muchos casos siendo violadas o abusadas física y sexualmente.

La covid-19 nos ha enseñado mucho sobre globalización. Y este es un claro ejemplo de cómo el mundo está interconectado. Algo tan insignificante y rutinario como la compra de un pantalón o de un teléfono móvil en nuestro país puede arruinar la vida de un ser humano en la otra parte del mundo.

Tanto la OMS como las organizaciones que trabajamos cada día por la defensa de los derechos humanos, como la Fundación por la Justicia, denunciamos estas situaciones que vulneran los derechos de la infancia, trabajamos por el acceso universal a la educación y solicitamos a las instituciones, organismos transnacionales y grandes corporaciones que se respeten los derechos humanos por encima de los intereses económicos. Esperando que algún día, de verdad, la palabra esclavitud sea cosa del pasado.