Con el título elegido para este artículo me refiero a la sociedad española. No voy a escribir de la pandemia. Muchos lo hacen con más información que yo, así que voy a escribir sobre otra enfermedad nacional, más imperceptible pero que -quién sabe- puede ser más duradera y hasta más peligrosa que la covid. Me refiero a una España moralmente enferma. Analizar las causas de esa enfermedad moral que yo detecto exigiría prácticamente un ensayo.

El día 7 de abril, Vox convocó su primer acto preelectoral de las autonómicas madrileñas en una plaza emblemática del barrio de Vallecas. PSOE, Más Madrid e incluso Podemos -aunque uno de sus candidatos, Serigne Mbaye, en la televisión pública se mostraba poco después muy comprensivo con los cernícalos que no entienden lo que es una democracia constitucional- piden a sus afines que no boicoteen el acto de Santiago Abascal y Rocío Monasterio. Pese a esa solicitud, en el caso de Podemos creo que es legítimo dudar de si su demanda de paz cívica no la hiciera con la boca pequeña. Unos cuantos energúmenos apedrean a los asistentes al mitin de Vox, tampoco muy numeroso. La Policía Nacional defiende a los que te gusten más o menos -a mi nada- para que puedan ejercer un derecho constitucional y el resultado es que un mitin electoral de segundo orden acaba siendo primera noticia en muchos informativos. Así de listos son los rescoldos del 15M. Quizás no esté de más recordar que cuando sucesos mucho más graves ocurrieron en Barcelona con motivo del ingreso en prisión del rapero Pablo Hasél por seis meses, el portavoz de Podemos Pablo Echenique escribió un tuit en el que manifestaba su solidaridad con los «jóvenes antifascistas que luchaban por la libertad de expresión».

Un síntoma de la enfermedad moral que le atribuyo a nuestra sociedad es que algunos pensadores prestigiosos y bienpensantes, sin justificar a los «jóvenes antifascistas que defendían la libertad de expresión» que se dedicaban ,entre otras actividades, a apedrear el diario ‘El Periódico’, los comprendían desde sus mullidas cátedras, pues formaban parte de una generación que había salido de la adolescencia con la crisis de 2009 y menos de diez años después vivían con la crisis económica que ha provocado la pandemia.

No es falso ese análisis. Pero si a esos jóvenes, a quienes sin duda les ha tocado vivir malos tiempos, además de quemar comercios y robar en grandes superficies les gustara leer, podían haberlo hecho con Ortega y Gasset, quien en ‘La rebelión de las masas’ escribió sobre «esos obreros que salen a pedir pan y se dedican a quemar panaderías». ¿Qué empresas van a invertir en una ciudad en la que impunemente sus sedes son saqueadas? ¿Y esos jóvenes, donde van a encontrar trabajo en una sociedad capitalista donde el empleo esencialmente lo crea la empresa privada?

Otro síntoma de lo que he calificado de una sociedad enferma tiene un nombre: Isabel Díaz Ayuso. Síntoma y catalizador. Absolutamente desconocida hasta entonces fue la candidata a la Comunidad de Madrid en 2019. En dos años se ha convertido en una líder nacional del PP. Desconozco los recovecos de poder de ese partido y me temo que para muchos de sus afiliados también lo son. ¿La eligió Pablo Casado para esa apuesta? ¿Fue José María Aznar, que sabe todo lo que pasa en el mundo como que en Irak había armas de destrucción masivas jamás encontradas, menos lo que ocurría en el despacho contiguo al suyo? El caso fue que Díaz Ayuso, con muchos menos votos que el PSOE, consiguió ser presidenta de tan importante comunidad.

Creo que ella es la auténtica ‘trumpista’ española. Su número de mentiras y contradicciones rellenaría dos o tres folios. Convoca de sorpresa unas elecciones anticipadas para elegir un nuevo parlamento madrileño cuando el actual tiene dos años de vida. Las encuestas a día de hoy le auguran ser la más votada y muchas posibilidades de volver a ser presidenta. Y esta vez librándose del incordio de Ciudadanos en claro proceso hacia la desintegración. De conseguir su objetivo, puede ser una rival interna poderosa para Casado.

Su lema de campaña es «comunismo o libertad». Para que no faltara nadie en la tragicomedia madrileña salta al ruedo Pablo Iglesias con el ‘slogan’ «democracia o fascismo». ¿Acaso las elecciones madrileñas son las de hace 85 años en las que competían el Frente Nacional y el Frente Popular? Consignas que podían tener un contenido fáctico en 1936 son seniles hoy, y la senilidad prematura es una enfermedad.

Esta sociedad enferma no tiene un buen médico que cure sus males, pero sí un doctor de cabecera que receta a nuestra ciudadanía aspirinas y ansiolíticos. Con una casi permanente sonrisa, nos anuncia constantemente que ya se ve la luz al final del túnel. Si de verdad se cree lo que dice o es una mera impostura sólo lo sabe él y muy pocos más. Ese hombre se llama Pedro Sánchez. En el fondo, en una sociedad agotada por sus males sanitarios, sociales y económicosociales quizás no sea del todo perjudicial tener un presidente del Gobierno que transmita optimismo y confianza en un futuro mejor.

Sin duda, estos son malos tiempos. No dejo de acordarme de una cita de Borges en referencia a un ignoto antepasado suyo, un tal Lafinur. Decía así: «Fueron los suyos malos tiempos, como los de todos los hombres».