El capital, gangrena planetaria. Por si usted no se percata, un día más, un día menos para destruir la humanidad. Violeta Peraita publicó el pasado domingo en este diario una autopsia de tres jóvenes ultrajados por el sistema capitalista. El titular, por elegante, resultaba tal vez un tanto generoso: «Juventud eterna a la fuerza». En efecto, Paula, Irene y Álex son indiscutiblemente jóvenes. Otra cosa es la pertinencia o no de atribuirles tan henchido sustantivo. En el diccionario de la RAE se define juventud como «energía», «vigor», «frescura». Sus testimonios encarnan una condición humana difícil de conceptualizar, a saber: juventud hundida por un orden capitalista psicótico que les priva de garantía de futuro alguno.

A buen seguro que Paula, Irene y Álex escucharon en clase tópicos como «estudia y llegarás lejos», «aprende inglés, abre puertas», «sé excelente, sacrifícate y triunfarás». ¡Que la justicia poética fulmine del sistema educativo a quienes profieren semejantes boberías! Hoy la educación deviene guardería, mecanismo distractor de vigilancia y control. El futuro no es más que un mundo laboral darwinista. La competitividad, carne de un sistema moral, político y social cadavérico. El salario digno, los derechos como personas trabajadoras, todo un relato utópico. El capital aboca a la resignación. El individualismo, alimento del animal depredador que habita en cada uno. La mercancía humana circula entre traficantes de ilusiones. Todo, todos y todas tienen un precio. En la existencia de cada individuo cuelga una etiqueta con su talla y coste. ¡E incluso con su respectivo derecho a devolución!

La conciencia de clase nos sitúa en el mundo material. Había una vez un mundo con mundo, una conciencia con conciencia y una clase con ideología de clase. Ahora la juventud se aferra al mundo virtual. Un espejismo, cierto, si bien mucho más llevadero que la pesadilla capitalista. Que se lo digan a Paula, Irene y Álex. Se sentirán desencantados, ultrajados. O furiosos, como quien esto firma. Sépanlo: usted y yo, la gente adulta, en definitiva, pudimos remediarlo. Pero esta es ya otra historia.