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Alfons Garcia

La vida no es un virus ni la hoja contable

La vida era aquello que nunca supiste mirar de frente. La vida está en múltiples rincones, pero tengo cada vez más claro que no está una red social

La vida no es una patria. La vida es el perro que corre hacia la puerta al oír el pestillo. La vida es la sonrisa inesperada en la cuna. La vida es la pareja que se descubre en el banco del parque sin nombre. La vida no es un virus. La vida es la noche de verano infinita, con las estrellas en los ojos y los sueños en la mano. Es la calle de invierno donde el viento no encuentra cobijo. La vida es el jolgorio en el mercado una mañana de sábado. La vida es el sonido de las olas que escuchas una mañana eterna entre las dunas. Es el tintineo del teléfono a deshora que te dibuja una sonrisa. La vida no es miedo ni es agonía. Es la fiesta que imaginabas despierto, rodeado de todos. La vida es el libro que no quieres que se acabe. Es la primera película que viste a su lado. La vida es el anciano que esta madrugada se despide de la fiesta sin cerrar los ojos y con una sonrisa. La vida es la mano que te acompaña en el momento que tanto temiste.

La vida era aquello que nunca supiste mirar de frente. La vida no es una hoja contable ni un balance de resultados. La vida es el sol limpio en la habitación 512 del hospital. La vida es el auxiliar sin rostro que cambia el pañal al anciano.

La vida está en múltiples rincones, pero tengo cada vez más claro que no está una red social. No suelo estar de acuerdo con Javier Cercas. Me gustan algunos de sus libros. Me dejan indiferentes otros. Me atrapó Soldados de Salamina. Me aburrió El impostor. Me pareció sobrevalorado Anatomía de un instante. Me identifiqué con Las leyes de la frontera porque también crecí junto a un Liang Shan Po cuando la droga redactaba su sentencia de muerte sobre miles de jóvenes inocentes. No comparto las opiniones de Cercas sobre el procés catalán, pero me parece que alguno de sus artículos es de lo mejor que se ha escrito sobre la transición. Me siento cerca del Cercas acorralado a traición en las redes sociales por criticar el independentismo: con un vídeo de hace unos años (no se dice), bien cortado (sin contexto), en el que parece respaldar una intervención militar en Cataluña. La otra cara de las democráticas redes es convertirse en espacios para el hostigamiento del elegido por una masa emboscada en el anonimato. Que calle para siempre quien no ha sentido miedo alguna vez ante la pantalla del teléfono. Entiendo a los que se van. La vida no es intercomunicación permanente, la dependencia las 24 horas del día de un aparato luminoso y sin alma. La vida es silencio antes que griterío. La vida no es injurio e insulto sin rostro.

La vida es derecho a la disidencia. Me produce más simpatía el González Pons de 2021, de vuelta de tantas cosas desde la fría Bruselas, que se sale de la línea recta del PP para cuestionar la ampliación del puerto de València, que los que imponen la disciplina de partido y laminan al que se atreve a ir a la contra. La vida es pensamiento libre. El nuevo PP no parece tan cambiado. El último Casado que desprecia la II República no destila ignorancia, sino radicalidad tacticista en campaña: no sé qué es peor.

Y de nuevo el puerto como arma arrojadiza: casi todo está escrito. No es posible imaginar una València sin puerto (cuestión de identidad), como parece que algunos soñarían ahora. Y no es posible un proyecto insostenible y destructor en 2021. Sobre esas premisas no me parece tan difícil acercar un acuerdo. La vida es eso. La buena vida es debate, adaptación a las circunstancias y consenso. Lo dice un aspirante a inadaptado sin cura.

La vida es gris: el blanco deslumbra y el negro ciega la visión. La vida está en los huecos de los mapas que descubrió Belén Gopegui. La vida es una tortilla humeante y jugosa en la barra del bar de siempre. La vida es placer más que llanto. Es compasión mucho antes que odio. Es comunión y no segregación. La vida es compromiso con el caído. Es memoria. La vida se sueña en verso y se escribe en prosa.

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