Busco en el diccionario el significado de reminiscencia: «Recuerdo impreciso de un hecho o una imagen del pasado que viene a la memoria». Aparece también como «lo que sobrevive de una cosa y sirve para recordarla». La verdad es que la palabra, reminiscencia, parece hecha para uno de esos concursos televisivos de sobremesa. Más allá de su reverberación en la voz de Jordi Hurtado, de momento le veo poco recorrido estelar, ni como título para serie de Neflix -aunque nunca se sabe- ni como título de canción en el próximo festival de la Eurovisión. No sé si Joaquín Sabina, que es un letrista muy apañado en esto de hacer ripios líricos, igual podría hacer con ella unos pareados para alguna futura canción, o, ya puestos, podría servir para encabezar la portada de una de esas novelas neorrománticas tan de moda en estos últimos tiempos. El amor en tiempos de reminiscencia.

Bajo el nombre de ‘golpe de reminiscencia’, los psicólogos aluden a un fenómeno relacionado con nuestra memoria que provoca, según ellos, que nos resulte mucho más significativo o memorable todo aquello que hemos vivido antes de los 30 años. Se ve que después de los treinta años nuestra memoria se vuelve mucho más selectiva a la hora de llenar el disco duro. La cosa, según los profesionales del tema, se explica porque durante este periodo de vida estamos más expuestos a vivir -o sufrir, nunca se sabe- nuevas experiencias. Todo eso, unido a los cambios biológicos y hormonales, acaba produciendo un coctel explosivo que provoca la señora reminiscencia: esos recuerdos perdurables cocinados entre la adolescencia y la juventud. Seguramente este golpe de reminiscencia explica, entre otras cosas, mi pertinaz inclinación a escuchar a Simon and Garfunkel, Roberto Carlos y Jeanette en Spotify.

Iba el otro día caminando por la Gran Vía Marqués del Turia cuando desde un coche que circulaba por la calzada se podía oír a todo volumen la canción ‘La lambada’, aquella melodía de origen brasileño que hizo furor por allá finales de los años ochenta como ritmo erótico. Quizás porque hacía mucho tiempo que no la había vuelto a escuchar, quizás por el mismo efecto sorpresa que me produjo escucharla, la verdad es que, durante unos instantes, el tiempo que el coche tardó en perderse de mi vista, tuve mi golpe de reminiscencia del día. Desaparecida ‘La lambada’ y su portavoz móvil, seguí caminando sin rastro alguno de reminiscencia. Volví la mirada hacia los grandes plataneros de la avenida y el monumento a don Teodor Llorente, sin duda uno de los conjuntos escultóricos más escenográficos y divertidos que podemos disfrutar en la ciudad. No sé, ahora que se han puesto de moda las guías urbanas, como todavía no tenemos una guía de la ciudad de València conducida por sus monumentos escultóricos más extravagantes y disparatados. En otros tiempos me interesé por este fenómeno de la escultura pública y el porqué, en muchos casos, siempre acaba dando un producto de un gusto dudoso. Misterios insondables de la estética. Quizás, con motivo de la capitalidad de la ciudad como próxima metrópolis del diseño internacional, se podían organizar una jornadas lúdico-artísticas-experimentales en forma de tour turístico por sus monumentos más imposibles. Como final del trayecto se podía incluir una degustación de paella y ‘all i pebre’ en El Palmar.

Nos gusten o no, todos estos monumentos públicos han acabado formando parte de nuestro paisaje identitario mucho antes que la Ciudad de las Ciencias se convirtiera en icono hegemónico. Desgraciadamente, algunas de nuestras joyas del diseño popular urbano han pasado a mejor vida, pienso ahora en aquellos escaparates artísticos a base de golosinas que se podían ver en la llamada Casa de los Caramelos, ¡nuestro pop más azucarado!

La actualidad, que no la reminiscencia, me devuelve a los titulares informativos de cada día con la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, como la Juana de Arco de la hostelería madrileña. Al paso que vamos, igual un día de estos algún restaurante presenta una nueva versión del cocido madrileño en homenaje a la política del Partido Popular. Como promoción gastronómica, la pareja Ayuso-Almeida podía hacer un vídeo musical de cara a las próximas fiestas municipales cantando aquello de «Cocidito madrileño, repicando en la buhardilla, que me huele a hierbabuena y a verbena en las Vistillas».