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Ruth Ferrero-Turrión

La timorata UE y el octogenario valiente

Biden sí ha tenido la suficiente valentía como para agarrar al paradigma por los cuernos y retorcerlo 180 grados

Cuando nadie pensaba que sería posible, Biden ha dado un giro de timón a los postulados neoliberales atascados en nuestras sociedades desde los tiempos de Reagan y Thatcher. Ni Obama, en EE UU, ni otros líderes globales han tenido la suficiente valentía como para agarrar al paradigma por los cuernos y retorcerlo 180 grados. Los cien primeros días de su mandato han puesto a todo el gremio de economistas, con sus modelos y mercados, patas arriba. Lejos de las políticas fiscales y monetarias que habían dominado la escena hasta la fecha, el nuevo presidente norteamericano ha comenzado a insuflar dinero y liquidez al sistema bajo premisas neokeynesianas de mayor gasto, mejores resultados.

Y parece sorprendente que nadie lo viera venir cuando el Plan Biden estaba perfectamente indicado en sus documentos de campaña. Concretamente en aquel titulado El Plan de Biden para invertir en la competitividad de la clase media, donde se hacía un desglose pormenorizado de lo que se está ahora poniendo en marcha. Inversiones sin precedentes en las infraestructuras con el objetivo de reducir los gases de efecto invernadero, el impulso de ciudades inteligentes, la ampliación del crédito fiscal para nuevos mercados de apoyo a las pymes; la revitalización de la industria y la producción en todo el territorio, y a través de estas herramientas combatir la desigualdad y la pobreza y reforzar la salud y la educación. Una fórmula que, a pesar de su sencillez, no había calado desde el final de la Guerra Fría, ni en Estados Unidos ni en la UE, por un terror incontrolable a lo que pudieran responder los mercados. Por eso nadie se había atrevido a este cambio, precisamente porque nadie pensó que sería posible hacerlo sin enfadar al enorme mercado de la economía financiarizada y volátil. Y cuando desde algún colectivo minoritario lo proponía, la respuesta siempre era el desdén.

El hecho de que haya sido Biden y no un revolucionario Sanders el que esté impulsando una ruptura de este calado con el neoliberalismo es, quizás, lo que más está sorprendiendo al mundo. Un tipo que pertenece a la élite política norteamericana desde la crisis del petróleo del 73, que ha sido vicepresidente de un Obama conservador en sus actuaciones políticas al tiempo que gran orador, y que ganó las últimas elecciones presidenciales por ser el mal menor del país, resulta que en menos de un cuatrimestre ha comenzado a marcar el paso a las democracias occidentales.

En un momento de paralización de la economía, con una sindemia que arrasa al mundo, son varios los análisis que apoyan esta decisión. La evidencia de la necesidad de recuperación del papel del Estado, no solo como regulador, sino como defensor de lo público, como combatiente de la desigualdad y como eje vertebrador del multilateralismo para alcanzar objetivos globales. Pero además de un diagnóstico, es imprescindible el coraje para tomar decisiones, y EE UU vaya si lo ha hecho y de manera clara y decidida.

Mientras, la UE continúa con sus problemas de siempre. Ausencia de estrategia clara, luchas de poder interinstitucionales sobre quién manda más o una lentitud burocrática desesperante son alguno de esos problemas. Por suerte, en esta crisis hemos presenciado un rayo de lucidez. Sin duda, se está recorriendo el camino adecuado, sin embargo, ni los tiempos ni los recursos se corresponden con las urgencias. Quizás sea esa la razón por la que la actual UE no consigue situarse en las posiciones de liderazgo global a las que aspira. Quizás sea esa la razón por la que EE UU y China la utilizan como su terreno de juego estratégico. Quizás.

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