«La Tierra ofrece lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de algunos». Mahatma Gandhi.

El 22 de abril está declarado por la ONU como el Día Internacional de la Madre Tierra, para recordar que el planeta y sus ecosistemas nos dan la vida y el sustento, la urgencia de tener un mayor cuidado con el planeta y la responsabilidad colectiva de fomentar la armonía con la Naturaleza, y crear una conciencia común a los problemas de sobrepoblación, producción de contaminación, conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales para proteger la Tierra.

La celebración de este día comenzó como un encuentro entre maestros y alumnos en una fecha que maximizara su participación, realizando, a lo largo de los años, actuaciones muy importantes a nivel mundial: con la basura dejada por expediciones en el Everest; por la contaminación de los automóviles; campañas de limpieza; honrar los ríos limpios, en el Loira; en la Isla de los Sueños (construida con basura, en Tokio), para reciclaje temporal; nominaciones a ‘campeones de la Tierra’ por cuidar un pedacito de tierra, o educando a los más pequeños a cuidar y respetar la naturaleza...

La pandemia sanitaria mundial por la covid-19 tiene una fuerte relación con la salud de nuestro ecosistema. El cambio climático y los cambios provocados por el hombre en la naturaleza perturban la biodiversidad, como la deforestación, el cambio de uso del suelo, la producción agrícola y ganadera intensiva o el creciente comercio ilegal de vida silvestre. Y como ha sucedido, pueden aumentar el contacto y la transmisión de enfermedades infecciosas de animales a humanos (enfermedades zoonóticas).

Según el Programa de la ONU para el Medio Ambiente, una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos cada 4 meses. De éstas, el 75 % proviene de animales, lo que demuestra la estrecha relación entre la salud humana, animal y ambiental.

Durante el confinamiento estuvimos aplaudiendo todos los días a las 20 horas a los sanitarios (es su año internacional), viendo cómo la enfermedad, fruto del mal uso de la Naturaleza por el género humano, ha provocado un renacimiento de esa misma Naturaleza: bien a través de la mejora de la calidad del aire o por reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, aunque sea temporal, debido a la desaceleración económica y la situación de confinamiento.

¿Realmente tiene que desaparecer el ser humano para proteger a la madre Tierra, a la Naturaleza? Un sabio proverbio indígena decía: «No heredamos la Tierra de nuestros antepasados, sino que se la pedimos prestada a nuestros hijos».

La Tierra es nuestro hogar, nuestra madre, y así lo han expresado distintas culturas a lo largo de la historia (la Tierra como la Gran Madre, Magna Mater, Inana y Pachamama) demostrando la interdependencia entre los distintos ecosistemas y los seres vivos que la habitamos.

La sostenibilidad de la vida en el planeta debe ser una de nuestras primeras preocupaciones, porque el actual modelo de desarrollo destruye la armonía con la Naturaleza. La Tierra ha sobrepasado en un 40 % su capacidad de reposición de los recursos necesarios que hoy utilizamos.

Incluso el papa Francisco, en la encíclica Laudato si, propone como salida una alianza de la humanidad por la vida, a través de la unidad de las religiones y tradiciones espirituales en defensa de la Tierra. 

A la Madre Tierra, como a cualquier madre, no se la puede explotar, hay que amarla, cuidarla y respetarla. Igual que una madre amamanta a su hijo, así es nuestra relación con la Naturaleza. Y esa relación debe ser armónica, donde la vida se encarga de autorregular sus condiciones esenciales, tendentes al equilibrio, sinónimo de buena salud.

La capacidad de crear, de desarrollar tecnologías limpias y de trabajar con amor, garantizaría la vida de las generaciones presentes y futuras. Nuestro destino está íntimamente ligado al de nuestro planeta, al del universo, hay que cuidarlo, porque lo que le suceda a él, nos va a afectar.

Hay que promover la responsabilidad colectiva hacia relaciones armónicas y sanas con la Naturaleza; y, como los pueblos originarios, no perder la conciencia de un consumo consciente y de agradecimiento del alimento, sensibilizarnos y tomar acciones para no contaminar más, procurando acciones sostenibles, consumo de cercanía y apoyo al campo y a los pueblos.

Luchar por una cultura de la paz no supone hacerlo sólo en las relaciones interpersonales sino también con la Naturaleza, recordando que es necesario el cambio hacia una economía más sostenible, promoviendo esa armonía con la naturaleza, defendiendo a nuestra Madre Tierra. Eso forma parte del compromiso que Fundación por la Justicia quiere compartir en un día como hoy, alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.