Muchos somos los que vivimos en el más agrio de los desconciertos. Nuestra compleja situación parece requerir de los guías de nuestra sociedad y de los formadores de opinión que nos faciliten explicaciones veraces, precisas y claras para justificar sus decisiones. En una situación tan crítica, esto es, tan necesitada de la toma de decisiones, todo lo que no sea precisión serán palabras que ocultan enredos y todo lo que no sea claridad lo enjuiciaremos como simple jugada de ventajista. Junto con la verdad y la precisión, hemos de reivindicar de los mensajeros políticos la adaptación de la palabra a los ciudadanos, a su capacidad de reacción y de aprendizaje.

Si algo nos ha mostrado esta pandemia es la falta de solidaridad y de buen juicio de la que muchos siguen haciendo gala y, por tanto, favoreciendo que el virus se difunda y genere pobreza y dolor. Y esa falta de solidaridad e inteligencia también pone a prueba nuestras instituciones, que han sido pensadas no solo para administrar bienes y salud, sino también para formar el criterio de los ciudadanos y para ganar voluntades al favorecer la libre concurrencia de ideas.

Vigentes estos principios, no siempre censuro el cambio de opinión, pues las circunstancias obligan y urgen. Ahora bien, sí que censuro el oponerse sin explicaciones y con un aire de displicencia a medidas que parecen necesarias a colectivos sociales, a profesionales destacados y al mismo Consejo de Estado. Esto es, nada me explica la vicepresidenta Carmen Calvo cuando manifiesta que no se precisa mejorar nuestra legislación para atender situaciones vinculadas a la pandemia y considera suficiente la situación legislativa de la que disponemos. Negarse a transformar la ley por considerar suficiente la que existe en contra de toda opinión no es razonable; puede ser una burda estrategia para que se llegue a implorar el seguir manteniendo estados de alarma. Por ello debemos recibir la oportuna explicación.

Huelga aportar datos por muy conocidos; solo busco reflexión. No todo se reduce a modificar la ley. Esquiladores y temporeros pueden ser atraídos o traídos, hospedados o hacinados, pero, al menos, aunque sea por puro egoísmo, debemos cuidar a diario de su salud y de las condiciones en las que prestan sus brazos y trabajo. ¿No cabe atender con mimo a todos los que recogen cosechas o esquilan ovejas para evitar que con la nueva recolección llenemos de nuevo las UCI? Leer los pies de noticias en la cadena 24 Horas sobre los esquiladores me llevó a evocar unas palabras de Pericles: «Temo más nuestros propios errores que los proyectos del adversario». Pues bien, yo también temo más nuestros errores que al propio virus.