Hace poco, mi médico hacía referencia a que las personas mayores viven en su propia abstracción. Vivimos en el eufemismo. Creo que quería decir que los mayores acaban por crear su propia realidad, dado que la objetiva no les da suficientes razones para justificar su día a día. Pensando en ello, he llegado a la conclusión de que quizás se trate de otro mal contagioso. Nos pasamos la vida abstrayéndonos.

Creemos ser conscientes de la diferencia entre lo importante y lo accesorio, pero, al parecer, no todos lo tienen claro. Durante las últimas semanas, el plano político nacional ha sufrido un terremoto tras otro. Todos mirando un punto común en el horizonte y resulta que lo importante parece que, al final, era otra cosa. Esperando vacunas, que estas sean seguras, mejores planificaciones, poder ser atendido en tu centro médico, rezando para no ser despedido, para recibir ayudas y así no tener que despedir a tus trabajadores o, en el peor de los casos, cerrar tu negocio. Al parecer, minucias. No deja uno de pensar que este país tiene adicción por los procesos electorales y las mociones de censura.

No pretendo decir que la política no importe ni tampoco negar el hecho de que formamos parte de un sistema -imperfecto- que probablemente sea el mejor posible. Sin embargo, y más allá de las preferencias políticas de cada uno, creo que resulta más que evidente que el plantel que protagoniza los informativos cada día desmerece, y mucho. No voy a entrar en comparativas con el electorado que los eligió, quienes, al fin y al cabo, por acción u omisión, los han llevado a esos puestos, sino que desmerecen la función que deberían desempeñar.

Hace mucho que las grandes palabras dejaron de utilizarse en los mensajes políticos, al menos con su verdadero valor. Ya no se habla de ideas o proyectos que puedan confundir al electorado. Buscar soluciones a partir de realidades complejas -¿cuál no lo es?- da lugar a frases demasiado largas que podrían provocar el desinterés en un público cada vez más infantilizado, enganchado en discusiones que se asemejan a polémicas de lunes tras un derbi futbolístico. Predominan los mensajes directos y resultones, más propios de una campaña publicitaria que de una campaña electoral. Cuanto más facilón, mejor. A voces, a poder ser. Y todos sabemos que lo mejor que logramos en la vida no suele llegar fácilmente. Me da la sensación de que el nivel se ha puesto a la altura de muchos adolescentes, apegados al like y el chascarrillo. No tengo claro si la sociedad es un reflejo de mi aula (o de cualquiera) o es a la inversa, aunque probablemente esa polémica resulte cansina y no atraiga el interés de nadie. En definitiva, ¿a quién le interesa algo tan aburrido como la educación? Y qué decir de otros soporíferos asuntos como la sanidad. Mortecino. Es mejor el grito, la mentira (que algo queda), la polémica y el chascarrillo, y, de paso, arrollar a los razonables que piensan y se arrinconan en lo oscuro tapándose los oídos, escondidos tras esa abstracción que les haga respirable el ambiente saturado, el debate usurpado.

En un aula, generalmente, el que más habla no suele ser el que tiene algo interesante que decir. Aplíquese libremente al panorama político. Sin embargo, no miremos para otro lado. No debemos caer en esa otra abstracción que nos haga despegarnos de la realidad siempre que esta sea sobrellevable, siempre que tengamos trabajo o no enfermemos, pero que nos llevará a buscar culpables en las conversaciones de sobremesa.

El español medio es un experto en la búsqueda de culpables que, como en el fútbol, suelen ser siempre los mismos. Sin embargo, presiento que en esto todos tenemos nuestra parte proporcional, ya que la sociedad la componemos todos. Somos culpables cuando banalizamos lo importante y cuando asumimos nuestras necesidades, nuestra visión, como las únicas existentes.

Si a todo esto añadimos que la información se ha mezclado peligrosamente con el entretenimiento y una educación finalista, centrada en resultados inmediatos y no en cultivar un sentido crítico fundamentado, tenemos el escenario perfecto para la polaridad, el fake y la ocurrencia hecha titular. Titulares que nos obligan a sumirnos en nuestra abstracción para no acabar recurriendo a los ansiolíticos. No deja de resultar paradójico que el día previo a las elecciones siga llamándose jornada de reflexión.