Hoy 28 de abril se celebra el Día Internacional de la Seguridad y Salud en el Trabajo, cuyo objetivo es promover la prevención y seguridad en el trabajo. Un día para recordar a todas las víctimas de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, y por qué no, un día reivindicativo, que ha de servir también para denunciar las consecuencias que las malas condiciones laborales ocasionan en la salud de quienes trabajan. Este año, además, es el segundo 28 de abril que celebramos inmersos en esta larga y mortífera pandemia.

En el contexto del primer confinamiento (marzo-abril de 2020), el país tenía que seguir prestando servicios esenciales que son vitales para el funcionamiento de un estado. Unos servicios que continuaron inmersos en una situación novedosa, que conllevó debilidades del sistema e incertidumbre ante esta nueva enfermedad. La ciudadanía pudo observar, aplaudir y valorar cómo en primera línea de fuego muchas personas trabajadoras siguieron realizando su trabajo para que el motor del país no gripara: personal de limpieza, sanidad, supermercados, residencias de ancianos, atención domiciliaria, policías, recogidas de basura, funerarias, transporte de mercancías. Trabajadores que durante semanas estuvieron expuestos a un virus desconocido sin que se les garantizase una protección eficaz frente al contagio.

Muchas de estas profesiones son ocupadas por mujeres al tratarse de sectores de actividad altamente feminizados. Mujeres que, en los momentos más críticos de la pandemia, fueron imagen, símbolo de fortaleza y un ejemplo de valentía. Sanitarias que se vieron desbordadas física y psíquicamente por la carga de trabajo derivada de la saturación hospitalaria, de la incertidumbre en su trabajo, al tratamiento de un virus desconocido, así como la necesidad de desarrollar habilidades y exigencias emocionales para acompañar a cada paciente, forzosamente aislados, en muchos casos hasta su muerte. Cajeras de supermercados haciendo frente a las colas interminables de clientes que hacían acopio de víveres, auxiliares de residencias luchando por la vida de nuestro mayores y, sin duda, empleadas de limpieza que triplicaron sus esfuerzos para desinfectar el maldito virus. Todas y cada una de esas mujeres vieron como su trabajo se incrementó vertiginosamente sin apenas protección, uniéndose a ello la incertidumbre y el desgaste emocional que suponía asistir al trabajo con el riesgo de contagio.

Las mujeres se vieron expuestas a un nuevo virus, un riesgo biológico, que fue acompañado de otros riesgos laborales invisibles de tipo psicosocial y ergonómicos como consecuencia del incremento de la carga de trabajo, las altas exigencias y el ritmo de trabajo que requería la situación. Y no olvidemos la incertidumbre de poder contagiar a sus familias cuando regresaban a casa después de finalizar la jornada laboral. Muchas de ellas vieron agravada su situación personal por la precariedad que padecen en muchos de estos sectores. Sin embargo, no bastaba con el impacto negativo que la covid estaba teniendo en la salud de las mujeres, sino que la dificultad de conciliar su vida laboral y familiar se agudizó para afectar aún más a la mujer.

Si bien es cierto que nacieron fórmulas legislativas que dieron algunas coberturas a la posibilidad de conciliar para aliviar el problema de la doble presencia (teletrabajo, excedencias, reducciones de jornadas por covid), así como respuestas y compromisos empresariales mediante acuerdos que ayudaron temporalmente; sin embargo esta realidad continua y no de la misma forma, ya que no es igual para todas las mujeres. Muchas de ellas siguen combatiendo al virus, no pueden acceder a fórmulas que garanticen la conciliación, como el teletrabajo o la adaptación de jornada. Tras un año de pandemia, las mujeres son una vez más las que se han visto abocadas a conciliar, lo que les implica un doble esfuerzo que merma la salud de este colectivo y causa una desigualdad real.

En este 28 de abril es necesario seguir reivindicando la necesidad de promover la salud de la población trabajadora. Se requiere transformar e integrar una perspectiva de género en el ámbito de la prevención de riesgos laborales, de manera transversal. Solo de esa forma conseguiremos alcanzar medidas preventivas eficaces.