Hace quince años el Villarreal padeció el fallido penalti de Román Riquelme al Arsenal. Esta semana hemos sufrido de nuevo la perversión de un penalti. En esta ocasión, la pena máxima ha sido deportivamente injusta y ha permitido que en el partido de vuelta no se mantenga la gran ventaja que había adquirido el equipo. El Villarreal club joven, pero que ha sumado hechos futbolísticos que lo han convertido en lugar destacado en la escala de los valores históricos del futbol español, soñó hace quince años y tuvo en la mano la realidad el pasado jueves.

De aquella noche infausta nos quedó el recuerdo de aquellos futbolistas que habían pasado por encima de grandes clubes europeos y estaban a punto de hacer la gran hazaña de llegar a la final de Liga de Campeones. Esta vez en el campo, me gusta más El Madrigal que La Cerámica, aunque alabe los muchos gestos que ha tenido Femando Roig al frente de la entidad, lucía un gran cartel en el que se expresaba, más que el deseo del club, otro sueño de aficionados y ciudadanos villarrealenses, que hace quince años, ni ahora, han estado sin el apoyo moral de muchos socios de las poblaciones provinciales desde Morella a Almenara. Un árbitro tradicional, individuo para el que los avances tecnológicos no existen, no actuó como suelen hacerlo la mayoría de sus colegas. Existe el VAR, pero no para él. La revisión de las imágenes tal vez le habría servido para admitir que en la jugada no hubo penalti de Trigueros, sino la avispada decisión del jugador del Arsenal, que se fabricó un castigo inexistente. Fue él quien buscó deliberadamente la pierna del jugador amarillo.

Para no guiarme por los sentimientos tuve la precaución de oír la opinión de expertos, de exárbitros que han sentenciado la irregularidad de la decisión del individuo que se creyó tan poseedor de la verdad, que no se dignó revisar la jugada en que la que habría constatado su error. Tal vez no lo hizo por temor a confesar públicamente su precipitada decisión.

El Villarreal luchará en Londres por llegar a la final en la que se encontraría al Manchester United, equipo contra el que en competición europea ha disputado cuatro partidos y en ninguno ha sido derrotado. Independientemente de lo que pudiera suceder en la final, lo evidente hasta el momento presente ha sido la superioridad del equipo de La Cerámica y el infortunio que le impidió viajar a Londres con bagaje de esperanzadora vuelta. Ahora, tocará sufrir y si en la capital del Reino Unido se vive situación similar habrá que pensar que una final entre dos equipos ingleses gusta más que un partido en el que juegue un advenedizo, un equipo que representa la heterodoxia.