Tras haber vivido con intensidad pasadas campañas a rector, especialmente la que concurrí al cargo en el lejano 2000, he seguido la actual con notable interés. Obvio. Tras cincuenta años en la UPV, es lógico que me interese todo lo relevante que aquí suceda. También, vaya por delante, porque mi hijo forma parte de una de las candidaturas que concurren. Pero no pensaba manifestarme porque, como los futbolistas que apuran sus carreras en Estados Unidos o Catar, juego ya otra liga, dicho sea de paso, más amable y gratificante. No dependo de nadie y, aún mejor, nadie depende de mí.

Pero la lectura de los titulares de prensa del debate electoral cambió mi opinión y voy a elevar mi voz. Fueron «Ortiz se postula como renovador mientras Barat y Capilla esgrimen experiencia» y «Ortiz afea los problemas a los hasta ahora vicerrectores Barat y Capilla, que defienden experiencia en la gestión». Y ese término, experiencia, es el que, como ahora se dice, me ha movilizado. Para explicarlo volveré al pasado, cosas de la experiencia.

Tres pilares básicos soportaban el ideario que, cuando me presenté a rector, defendí: el sufragio universal (en el 2000 sólo votaron 750 claustrales), la limitación de mandatos y ser alternativa al perfil de rector chusquero. Y no me refiero a la acepción de la RAE, si no a la aprendida en la vieja mili hoy derogada (de nuevo la experiencia). Servía para calificar ascensos de aquellos cuyo mayor mérito era haber ocupado durante años el escalafón anterior, una alternativa a ascensos directos por méritos académicos. El tiempo ha evidenciado que llevaba razón defendiendo tales pilares. Se nos tachó de utópicos, pero hoy nadie los cuestiona. El sufragio es universal y los mandatos, pese a la pérdida de experiencia que conlleva, se han limitado. Pendiente queda el tercer anhelo, que gane un rector sin experiencia. Suele ser el mejor.

Lo dice la historia de la UPV, cuyo último rector no chusquero fue, en su primera legislatura (1985-1989), Justo Nieto. Fue la mejor de las cinco que estuvo en el cargo y, muy probablemente, también de cuantas ha visto, las he vivido todas, nuestra joven universidad. Con ilusión, imaginación y sin ataduras abrió las ventanas y renovó una universidad férreamente controlada. El joven e inexperto Nieto tenía por lema facilitar el trabajo a los profesores. Así, pues, la historia se repite. Pero en el 2000 ya era otro rector. Rehén de sus apoyos y aferrado al cargo, el experimentado rector no perdió de milagro en el 2000 y en el 2004. Solo lo dejó para ser conseller. Visto desde la distancia, es claro que lo mantuvo el prestigio ganado en sus primeras legislaturas.

Desde entonces (36 años han pasado), todos los rectores de la UPV han acumulado experiencia previamente como vicerrectores. Ello, a priori, si el candidato lo vale, llega al cargo sin hipotecas y conozca, por haberla vivido, la realidad del profesor de a pie, no es un inconveniente. Pero, claro, de ahí a vender la experiencia como un valor añadido, va un buen trecho. Entre otras razones, porque esa experiencia arrastra la inercia de un sistema que los tres candidatos desean cambiar.

Pero, claro, mucho peor es concurrir, es el caso de un candidato, habiendo acreditado ser un profesional del cargo y estando desacoplado de la docencia, nuestra misión más altruista y menos vistosa. Y es así porque con las actuales reglas de juego de promoción universitaria, apenas se valora. Su distancia de las aulas le impide haber vivido el problema actual más grave, el progresivo deterioro del nivel académico que, dicho sea de paso, con la financiación dependiente del número de aprobados, tiene muy compleja solución. Pero un rector preocupado por nuestra principal misión, formar profesionales, no puede mirar hacia otro lado. Debe abordarlo porque cualquier solución comienza con el reconocimiento del problema.

Pero claro, para quien ha acreditado vivir aferrado a un cargo, su preocupación es mantenerlo. Por ello, su victoria consolidaría el perfil del chusquero compulsivo, ajeno a la mayor cualidad de un rector (y también de un político): un nulo apego al cargo que le permita abordar con decisión y sin miedo las reformas necesarias. Ese rector ideal, tras haberse dejado la piel por el bien común, no tendrá, cuando su mandato acabe, ningún problema en volver a ser lo que la mayoría de los PDI somos, profesores de a pie, el gran honor de quienes sentimos esta sagrada vocación. Ese es el perfil de mi rector.