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Elena Neira

Las plataformas no han matado la TV

Los programas necesitan ir al encuentro del espectador de forma fácil, flexible y cómoda

Últimamente son muchas las voces que aseguran que los años que le quedan a la televisión se pueden contar con los dedos de una mano. A pesar de la presión que está ejerciendo sobre ella el negocio del streaming, la tele parece seguir en buena forma. Puede que haya perdido el peso que tradicionalmente ha ocupado en el ocio de nuestros hogares y que su influencia en el discurso de los ciudadanos sea menor de que lo fue en otras épocas, pero no sería la primera vez que certificamos la defunción de un medio aparentemente obsoleto antes de tiempo ¿verdad, querida radio?

Sin duda las plataformas y su oferta a la carta han convertido en realidad el sueño de un entretenimiento verdaderamente personalizado. Ya no tenemos que adaptar nuestra rutina a un horario de emisión. No hace falta ponerse de acuerdo para decidir qué ver ni tenemos que soportar esos tediosos y eternos bloques de publicidad, tan habituales en las franjas de máxima audiencia de las televisiones comerciales. Y, en muchos casos, ni siquiera tenemos que aceptar la espera semanal. Son muchos los servicios que estrenan todos los episodios de golpe, dejando en nuestras manos la decisión de devorar o saborear el programa en cuestión. Hemos sido liberados del yugo de la parrilla y vemos a las plataformas como un oasis de entretenimiento ilimitado, a la carta y personalizado. También de pago, aunque a la gran mayoría el precio le resulta razonable una vez valoradas todas las ventajas que ofrecen.

La televisión tradicional parece salir perdiendo cuando se la compara con esta nueva televisión por internet. La tele, al igual que otros tantos sectores, ha tenido que renovarse para no morir, abrazando todas las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías para estar más en sintonía con estos nuevos hábitos. Somos cada vez más reacios a ver la televisión como antes aunque, curiosamente, las audiencias siguen registrando cifras de consumo récord, algo en parte debido a los puntos ciegos del sistema de medición. Se ve mucha tele en la tele (que el audímetro mide) y se ve mucha tele que no se ve en la televisión (que el audímetro sencillamente ignora).

Pero lo que más preocupa a los ejecutivos de las cadenas es la velocidad a la que el espectador televisivo está envejeciendo. Las audiencias más jóvenes, esas que tendrían que coger el relevo generacional, muestran un desinterés absoluto hacia la pequeña pantalla. Eso sí, con un matiz importante: la apatía no es hacia los contenidos sino hacia la forma en la que se emiten. Que programas que han pasado sin pena ni gloria por televisión se hayan convertido en éxitos arrolladores cuando se han incorporado al catálogo de las plataformas es la mejor prueba de que ser bueno ya no es suficiente. Los programas necesitan ir al encuentro del espectador de forma fácil, flexible y cómoda. U ofrecer una experiencia en directo sin parangón que haga que la gratificación de experimentar el evento de primera mano compense la incomodidad de adaptarse a un día y una hora.

Encender la televisión y adaptarse a lo que una cadena ha decidido programar está dejando de ser la opción por defecto para mucha gente. Y gran parte de ese tiempo se lo han metido en el bolsillo las plataformas, con su alternativa más cómoda y conveniente. Pero no matemos a la televisión todavía, porque le quedan algunos ases en la manga.

El primero de ellos es su implantación: prácticamente el 100% de la población tiene acceso a ella. Eso le da un sostén fundamental, el de los anunciantes, que saben que a través de esa pantalla conseguirán llegar a millones de personas. Mientras exista esa gasolina económica (y parece que durará porque, al menos de momento, no existe reemplazo) a la televisión le queda cuerda para rato.

La televisión, además, nos ha acompañado durante muchísimos años, y a lo largo de ese camino se ha forjado una relación especial. En nuestra cabeza, de manera inconsciente, le hemos dado un valor y espacio en nuestras vidas. Los que se ve en la tele todavía posee influencia, permanece y significa algo.

No, la televisión no ha muerto. ¡Viva la televisión!  

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