"Mi intento es escribir cosas útiles a quienes las lean y juzgo más conveniente irme derecho a la verdad efectiva de las cosas que a la representación imaginaria de las mismas, porque muchos han visto en su imaginación repúblicas y principados que jamás existieron en la realidad". Estas palabras de El príncipe, de Maquiavelo, constituyen la expresión canónica del realismo político. Pueden ser olvidadas por los idealistas, pero no por los que se proclaman realistas. Ahora deberían ser escritas miles de veces en el encerado por los listos que han generado este proceso electoral que ayer agitó el presente político y que deja a Pedro Sánchez como el prisionero de la Moncloa.

La veritá efectuale de la que habla Maquiavelo es compleja. Tan importante como la realidad son los tiempos. Sin embargo, la sensibilidad para percibir la una no siempre permite la flexibilidad para percibir los otros. Para ver la realidad se requiere no dejarse llevar por los prejuicios y deseos. Una vez que hemos logrado identificar la realidad, tenemos que verla en su momento. Son habilidades diferentes. La realidad se supone estable. Por eso es fácil que se pierda el sentido del tiempo, su rostro cambiante. La virtud política es hacer frente a una realidad en el tiempo.

Los actores políticos españoles han operado como si la realidad que se puso en marcha en 2011 siguiera ahí, inercialmente. Únicamente faltaba, como el arpa en su rincón, que la mano adecuada la volviera a activar. Alguien pensó que esa agitación pasaba por identificar como fascismo toda la derecha del PSOE. Con ello pensaba agitar el sentido épico de nuestra historia, una república antifascista localizada en el corazón de todo español decente. Esta era una representación imaginaria. Pero si había una representación actual que sepultara cualquier rescoldo de las energías políticas del 15M, era esa. La renovación de la política española que se exigió hace diez años no pasaba por la recuperación de ese modelo. Eso fue una equivocación originaria que nos ha costado diez años de decepciones. Ahora este espejismo se ha disuelto.

Pero esta representación, que todavía reivindicó Pablo Iglesias en su digna despedida, no sólo desconocía la realidad del pueblo madrileño, sino el tiempo en el que esa realidad determinaba ese instante de las elecciones, la decisión de la política democrática. Pues la clave es que, en 2011, el pueblo español se movilizó contra los que habían provocado una crisis por su mala gestión, su corrupción y su completa incapacidad. Eran seres humanos que se rebelaban contra seres humanos. Era evidente que existía un juicio que culpabilizaba a los actores políticos. Frente a ellos, se exigían nuevos actores.

Aquellos nuevos actores, que canalizaron la irritación, han decepcionado a la conciencia ciudadana. Han sido llevados por el electorado al límite de la desaparición. Ciudadanos ha sido barrido, y UP, por detrás de Vox, ha logrado la victoria pírrica que le cuesta la cabeza de su dirigente fundamental. La inercia de 2011 ha llegado a su fin, y eso es bueno. Pero además, a esa larga decepción se ha añadido el factor tiempo. Esta crisis no tiene causas humanas. No se puede culpabilizar a seres humanos de ella. Pero tras un año largo, cansados de padecerla, era evidente que la inmensa mayoría de los ciudadanos se inclinaría por la opción que fuera más afín a su verdadero deseo: poner fin a la pandemia. Ese era el deseo dominante del tiempo y eso se ha votado. Que la pandemia acabe.

Operar con el prejuicio de que estábamos no ya en 2011, sino en 1936, cuando en realidad se quería acabar con la pandemia, ha sido suicida. Lo que había detrás de la libertad de Isabel Díaz Ayuso era dejar atrás la pandemia. A eso animaba, y es un deseo tan general que ha barrido. Los muertos en las residencias, en los hospitales, ya no votan ni generan deseo. La dimensión biopolítica del neoliberalismo, dar libertad a los vivos, ha sido llevada a la perfección por Díaz Ayuso. Ella responde al deseo de los vivos porque la democracia actual es cosa exclusiva de los vivos. No de los que entran en la UCI o en los hospitales. La solidaridad con el débil no es propia de darwinistas. Es un esquema brutal, desde luego, pero la gente no está para matices.

Las dudas del Gobierno central a este respecto, que entrega la gestión ulterior al estado de alarma a las comunidades, ha ayudado a la estrategia de Ayuso. Ha lanzado el mensaje de que todo iba a depender de ella y todo el mundo así lo entendió: si depende de ella, que decida sin complejos lo que deseamos. Eso se le ha dicho. Así que el deseo mayoritario de la gente coincide temporalmente con el esquema libertario de ella. Tras más de un año de coacciones de la realidad, la consigna de «libérense» ha sido más bien invencible. Por lo tanto, todo esto ha dependido de que alguien no ha medido el tiempo de la realidad efectiva y ha llevado a la gente a votar en estas condiciones.

Pensar que en este tiempo la ciudadanía sería sensible a los posicionamientos antiguos, cuando la prioridad era cambiar la representación política, era más bien miope. Desde el principio de la campaña, Ciudadanos estaba muerto. Creer que sus votantes estaban flotantes fue un error radical, pero irrelevante. Ángel Gabilondo, frente a lo que se dice, ha logrado el mejor resultado de los posibles, pues cualquier hombre del aparato habría tenido resultados peores. Lo que ha derrotado al PSOE es que Sánchez no ha presentado una idea de normalidad alternativa. Su norma ha sido más bien los bandazos.

En esta situación excepcional sólo había dos opciones decisivas: la opción libertaria de Ayuso o la opción responsable que representaba Mónica García. Dos formas de entender la pandemia que explican esta concentración del voto. No es el final del 15M. Eso ocurrió hace tiempo. En la votación del 4M lo imperativo ha sido ese deseo irrefrenable de volver a la normalidad. La cuestión es qué tipo de normalidad se quiere, y por eso lo más urgente es ofrecer modelos alternativos de ella. Creo que con la opción de Más Madrid podemos imaginar una normalidad construida sobre bases alternativas a la neoliberal y libertaria de Ayuso. El tiempo ha dictado que lo razonable no venza a lo imperativo. Pero eso será tan estable como la recuperación de la antigua normalidad. En todo caso, Más Madrid ha recibido el encargo de la ciudadanía de proponer para ese nuevo tiempo una mejor propuesta sobre nuestros mundos de la vida. ·