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Ruth Ferrero-Turrión

No somos una excepción

Lo sucedido en Madrid se parece a la crisis de la democracia representativa de otros países

Los mitos románticos siempre han existido, pero la insensatez con la que nos desayunábamos el pasado 4 de mayo en Politico.eu, con un reportaje titulado Shades of Spanish Civil War darken Madrid elections (Las sombras de la Guerra Civil española oscurecen las elecciones de Madrid) traspasa todos los límites. En dicho artículo se hace un uso maniqueo de lo sucedido en este país entre 1936 y 1939. De hecho, a la autora le ha parecido oportuno, a pesar de las opiniones vertidas por expertos en el cuerpo del artículo, comparar un proceso electoral efectivamente polarizado con la famosa batalla de Madrid de 1936.

Si bien es cierto que el marco discursivo dominante durante la campaña electoral ha tenido reminiscencias del enfrentamiento civil, también es verdad que nunca se ha terminado de salir no solo de la disputa política, sino también de la social. Pero todo ello no es más que el resultado de una deficiente transición política que tras la dictadura no abordó algunas cuestiones, entre otras, aquellas vinculadas con la memoria histórica, esenciales para cerrar las brechas abiertas producto de la Guerra Civil y la dictadura franquista.

Sin embargo, mal que le pese a la periodista que firma la pieza, los tiempos de Ernest Hemingway ya pasaron. España no está a las puertas de un conflicto abierto, o al menos no lo está más que otras sociedades de su entorno, tales como Italia, Reino Unido, Francia o Estados Unidos. De hecho, la polarización de la que se habla, exacerbada durante los últimos años, es lo que hace que España forme parte de la normalidad.

Hasta hace poco tiempo, el sistema político español de ámbito estatal era una verdadera excepcionalidad en el marco europeo. Era de los pocos sistemas políticos donde nunca había habido un Gobierno de coalición en el Gobierno central y en donde tampoco había representación de lo que se denomina derecha radical. Ambas cuestiones han sido resueltas en los dos últimos años. En España hay un Gobierno de coalición, y en el Congreso de los Diputados hay ya un 15% de presencia de la derecha radical. Exactamente igual que Alemania, Países Bajos, Italia, Bélgica, etcétera... con todo lo que ello conlleva.

Los resultados electorales de la Comunidad de Madrid han confirmado que el programa neoliberal que se ha venido desarrollando en esta región durante los últimos 25 años ha alcanzado unos niveles de implantación muy complicados de revertir para las fuerzas de izquierda. Hay una generación entera de personas que desconocen que es posible la puesta en marcha de políticas públicas que intenten disminuir la desigualdad o la segregación habitacional o escolar, que es posible estar dotados de unos servicios públicos de calidad o que, simplemente, es importante respetar al otro para convivir mejor, aunque eso conlleve autoimponernos limitaciones. Este plan, que tan bien ha funcionado en la región durante este proceso electoral, ha continuado asemejándose a lo que sucedía en su entorno, agudizando los discursos radicales y excluyentes que caracterizan al trumpismo. El resultado ha sido todo un éxito. A imagen y semejanza de lo que sucedió en EE UU en 2016, esa estrategia ha conseguido arrastrar el voto, no solo del votante de centroderecha, sino también de los sectores más populares y precarizados, haciendo realidad algo que Vox no había conseguido, la lepenización de los barrios, distritos y municipios más pobres.

Si a ello sumamos la capacidad de la candidata, Díaz Ayuso, de atraer al voto joven y a sectores del PSOE críticos, como consecuencia de la fatiga pandémica y la confrontación abierta con el Gobierno del Estado, encontraremos la explicación a los espectaculares resultados obtenidos por el centroderecha madrileño.

Así que no, señoras, señores, lejos de ser una excepción, para bien o para mal, lo sucedido en Madrid se parece mucho más a la crisis de la democracia representativa que se observa en otros países europeos. De este modo, el cierre de ciclo político que se acaba de inaugurar coincide con lo que sucede con la reconfiguración del sistema de partidos, que también se observa en otros países de nuestro entorno. Tanto allí, como aquí, parece que hacen falta unas buenas dosis de reflexión y autocrítica para ver qué tipo de sociedades y de representación política queremos tener. 

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