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Tonino Guitian

Explotó

A los españoles no nos gusta la democracia. Cada español tenemos un inferior al que hacer sentir nuestra autoridad

Explotó una escritora tras la tensión de las elecciones. Se sinceró en caliente y tuvo que pensarse varias veces lo que iba a decir: que está demasiado vieja para esta mierda del peloteo miserable e inmisericorde, que está cansada de los señalamientos, de la gente que compra los mismos packs morales para quedar bien con quienes le están leyendo, de los golpes de pecho, de las cursiladas, de que el dinero sea lo único que te devuelve la capacidad de tener afectos, de las justificaciones por cualquier cosa.

Se quitó la careta, aunque dentro del carnaval global una sola persona sin máscara no es Scott Fitzgerald, es otra máscara más. Cuando el ser humano trata de ser ángel, acaba siendo bestia, porque no somos ni ángeles ni bestias del todo. Lo dijo Blaise Pascal. En su discurso no salió ni la palabra fanatismo ni intransigencia, porque se han hecho aburridas, y si hay algo que no se perdona en la era del entretenimiento es lo obvio, que de tan cierto se ha hecho tedioso.

Confieso que no creo mucho en la eficacia de los vendajes de sabiduría que ofrecemos los que colamos nuestras columnas entre las noticias. Nuestros ejemplos no sirven, porque en este mundo material y finito tienen el valor de una Primitiva después del sorteo.

Me consuela al menos que los columnistas no hacemos como Temple Grandin, la norteamericana autista que hablaba con las vacas. Ideó un sistema para conducir a estos animales a los mataderos sin usar hombres que las apaleen para llevarlas hacia el martirio. Es a una congénere a la que siguen dócilmente. Esta vaca-guía conduce a sus compañeras hacia un matadero hecho de curvas que reducen su estrés, las ve morir, y cada mañana realiza el mismo servicio con idéntica disciplina de partido hasta que, con la misma impasibilidad, sufre la misma suerte.

Esta peculiar preocupación por el bienestar animal viene porque Grandin piensa de forma visual y en patrones sistemáticos, dos de las características que comparten tanto su síndrome autista como los medios de comunicación de masas. El sistema numérico aplicado al ser humano es algo que no pudo prever el inmenso apetito intelectual del hombre renacentista. Los que creen enseñar el arte de vivir a través de su peculiar visión de la vida, como el cerveceo de Madrid -pongo este ejemplo por no meter el dedo en los avisperos valencianos- son los guías de estas vacas.

En los medios de comunicación cualquiera se ríe de las virtudes si le viene en gana, pero se cuidan mucho de reírse de las falsas virtudes para no enemistarse con los demás. Hay que demostrar nuestro cinismo para ser tenidos en cuenta y llamar a nuestra falta de corazón justicia y objetividad. También el alcalde corrupto que padece insomnio se llama a sí mismo madrugador y exige que los artistas trabajen al salir el sol. El director vago que no bebe, porque el vino le causa acidez, pretende que se le llame sobrio. La presidenta que tiene problemas recurrentes con el instinto sexual quiere que se le llame casta. El presidente de escalera ignorante consulta a abogados para que castiguen por ley a los vecinos que ponen en duda sus creencias más absurdas. Hay hasta una maldita hemeroteca que vigila y juzga si alguien ha cambiado de opinión, sin explicar los motivos que le han llevado a ello.

Las personas realmente peligrosas son las que defienden mediante un no aparente acto de fuerza su inexistente personalidad. Hay que permanecer alejados de los mediocres para no opinar sobre las insignificancias que constituyen su vanidad, su patrimonio y su universo. Hay que hacer creer que eres como todos los demás. Cualquier borracho se sacrificaría por un científico si éste se sienta a beber con él y le asegura que aguantando esos seis coñacs seguidos también está construyendo una pauta matemática. Si no lo haces, te harán la vida imposible.

Reconozco, como mi admirada escritora, que a los españoles no nos gusta la democracia. Cada español tenemos un inferior al que hacer sentir nuestra autoridad, ya sea nuestra pareja, el presidente del Gobierno o un colectivo. Hay siempre alguien a quien corregir y en quien satisfacer esa ansia de poder que llevamos dentro, no vaya ser que nos toque corregirnos a nosotros mismos y nos muramos del disgusto.

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