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alberto soldado

VA DE BO

Alberto Soldado

Fascismos, comunismos y tabernas

La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Andan los politólogos de las tertulias televisivas, viejos luchadores a favor de la libertad, preguntándose con cara de asombro cómo es posible que el «fascismo» se atreva a apropiarse de la palabra «libertad». Y es que quienes lucharon contra un sistema autoritario, inicialmente inspirado en el fascismo italiano; quienes sufrieron persecución y cárcel, quienes no podían reunirse para hablar de política y mucho menos gritar a los cuatro vientos sus ideas o sus condiciones humanas diferentes de la moral imperante, no pueden ni quieren entender que la palabra libertad sea bandera de una señora que viste y peina a la antigua. «Comunismo o Libertad» ha sido el lema de la vencedora, colocada muy por encima de la siglas del PP. Y cuando preguntan al representante máximo de Podemos en una televisión qué palabra elige de entre las dos contesta con dos cojones: «Comunismo, qué cojones». Pues ahí tienes el resultado. Te quedas tú con el comunismo de Vallecas a Galapagar. Ahora dice que se ha dado cuenta de que él no suma, sino que estorba. A buenas horas…

En estas elecciones madrileñas la derecha ha alertado con la llegada del comunismo cubano, soviético o venezolano, se aferra a la palabra libertad y se inventa o exalta una manera de vivir que califica de «madrileña». Aquí se trata de buscar identidades que eso activa las emociones y las lágrimas. Como ser del Real Madrid o del Barça. Pero en realidad el comunismo, ni está ni se le espera… Ese coco que se lo crean los niños para hacer la siesta. La izquierda, necesitada de los que presumen de comunistas para gobernar y no reniegan de las puertas giratorias ni de los sueldos que quintuplican el del salario mínimo, avisa en televisiones y mítines de que llegan los fascistas del 36 a quitarnos los derechos de asociación y a implantar un Estado sin partidos, totalitario. Otra solemne estupidez que no se ha creído nadie. Al final, en España, salvo los fanáticos identitarios fácilmente identificables por su sectarismo irredento y las minorías que serían capaces de imponer sus ideas sin respetar los sentimientos de sus contrarios, las gentes quieren más o menos lo que en todo el mundo: concordia, diálogo, tolerancia y gestión que impida que crezca la pobreza. La gente está muy cansada de que todo se convierta en ideología de buenos y malos. Llevamos casi medio siglo de democracia liberal, la que intenta cumplir con la Declaración Universal de Derechos Humanos para que ahora nos liemos a tortazos. Queremos líderes que no se insulten, que no amenacen, que reconozcan lo bueno y denuncien las tropelías, siempre en un clima de firmeza pero de respeto.

Las elecciones en Madrid en realidad las ha ganado el tristemente desaparecido actor Quique San Francisco. Ha circulado por las redes la más profunda reflexión filosófica de todos los tiempos sobre el carácter de los españoles. Se le ve entre nubes celestiales, junto a San Pedro con cara de espantado, manifestando: «joder, ni un puto bar». Ni fascismos ni comunismos ni igualdades de género, ni identidades. El bar ha sido el ágora liberador de hombres durante siglos y hoy de hombres y mujeres. Los tertulianos señalando fascismos y la Ayuso abriendo bares. El triunfo estaba cantado. Era una de los suyos.

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