El próximo sábado se cumple el décimo aniversario desde que el 15 de mayo del 2011 las acampadas multitudinarias inundaron las plazas de todo el país alzando la voz al son de lemas como «Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo» o «No nos representan». Una concatenación de protestas que reclamaban el fin de la corrupción, de los desahucios y del bipartidismo. En definitiva, el fin de los privilegios de unos pocos a costa del detrimento del bienestar de la mayoría.

Tres años más tarde, este ciclo de protestas y descontento ciudadano acabó materializándose en la política institucional y provocando un vuelco en el sistema de partidos. Las elecciones europeas del 2014 y posteriormente las autonómicas del 2015 ya apuntalaban diversos cambios en la política institucional. Consiguiendo así una nueva fuerza política como Podemos entrar en el Parlamento Europeo y ser la tercera fuerza más votada en la Comunidad de Madrid. Ahora, 10 años después y tras las elecciones en la Comunidad de Madrid del 4 de mayo, debemos abrirnos a la reflexión y hacernos las preguntas clave: ¿Cuáles son los cambios que se han producido? ¿Nos encontramos ante un fin de ciclo? Y si es así, ¿qué augura este nuevo ciclo?

Desde luego es evidente que el cambio más llamativo que produjo el 15M fue el fin del bipartidismo. La población hacía tiempo que no se sentía representada por las élites políticas ni se identificaba con sus consignas. La ideología basada en la dicotomía izquierda /derecha había quedado desfasada y se impuso el eje abajo/arriba como nuevo aglutinador de mayorías hegemónicas que sí se sentían interpeladas bajo este nuevo paraguas. La nueva fuerza progresista consiguió por primera vez en mucho tiempo conectar con la mayoría de la población española y politizar no sólo su hartazgo sino también sus deseos de cambio.

Las elecciones de la Comunidad de Madrid del 4M confirman el regreso del eje izquierda/ derecha y probablemente, de la forma más polarizada en las últimas décadas. Lo que hace una década era el arriba/abajo, ahora se ha convertido en una oferta política para la ciudadanía basada en dos modelos: El modelo del bloque de derechas que llamaremos de ahora en adelante modelo a la madrileña, y el modelo del bloque de izquierdas que llamaremos modelo botánico. Este cambio en los parámetros globales confirma que estamos ante un fin de ciclo.

El modelo a la madrileña, de forma resumida, se desenvuelve bajo la teoría económica del liberalismo sin paliativos y de la teoría sociológica del individualismo. Otorga primacía al individuo respecto a la colectividad (aquí aparecen los rasgos de su vertiente más extrema como es el racismo, la homofobia y el antifeminismo). Un ejemplo ilustrativo de ello ha sido la campaña del PP en la Comunidad de Madrid: en un contexto de pandemia mundial, frente a las restricciones del gobierno nacional para salvar vidas, se han dedicado a hacer campaña por el levantamiento de dichas restricciones. Dibujando así la falsa contradicción economía/vida y utilizando, la peor pandemia de la historia para hacer política de partido. Todo ello, bajo el lema de «Libertad» sin importar en cuántas muertes se traduzca o cuánto se esté haciendo trampas con el concepto Libertad. Nada nuevo bajo el sol, sino las recetas liberales que Aznar y los suyos ya impusieron en 2008.

No obstante, debemos reconocerle a este bloque la capacidad que ha tenido de politizar el deseo que la mayoría de gente anhela: el placer de estar en los bares sin tener que mirar el reloj porque se aproxima la hora de vuelta. Es decir, la alegría de pensar falsamente que la pandemia ha acabado y podemos volver a la situación anterior, sin necesidad de más contenciones. No cabe duda de que el bloque de derechas ha sabido manipular el concepto libertad para generar ilusiones falsas, pero ojo, esta lectura acertada de los deseos de la mayoría social que han sabido plasmar en su campaña, es un punto destacable que invita a la reflexión y el aprendizaje al bloque opuesto.

Por contraste, el modelo a lo botánico se trata de un modus operandi que pone al conjunto de la mayoría social en el centro de las políticas públicas, primando el bienestar colectivo y no el individual. Este modelo que pertenece al entendido como bloque de izquierdas no incompatibiliza economía con vida, sino que apuesta por minimizar el número de contagios y muertes aplicando restricciones ordinarias en el día a día y fines de semana. De tal forma que, una vez bajada la incidencia, se permite un estímulo de la economía en los meses más fuertes como puede ser durante la estación estival y se compatibiliza vida y economía. Así, fuentes como BBVA Research mantiene la previsión de crecimiento en la Comunitat Valenciana para 2021 con un 5,9%.

Como síntesis, tenemos dos modelos opuestos: el modelo que nos ofrece el bloque de la derecha con un «sálvese quien pueda» -léase quien tenga- y el modelo del bloque de la izquierda que trata de «salvarnos a todos por igual». De hecho, resulta bastante simbólica la despedida que tuvo aquí, en la Comunitat Valenciana, la hasta ahora síndica del PPCV Isabel Bonig. Despidiéndose entre halagos y abrazos de la oposición. Mientras que en la despedida del hasta ahora líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, la oposición sólo le ha brindado insultos y ningún reconocimiento a la indudable aportación que ha supuesto esta figura en la historia política y social de este país.

Personalmente tengo claro cuál es el modelo de prosperidad y progreso para nuestro país, pero nos adentramos en un nuevo marco en el que pasamos de la indignación colectiva del 15M a la rabia individual del 4M. Me aventuro a decir, que el reto para que el modelo a la botànica pueda imponerse al modelo a la madrileña atraviesa por ser capaces de, además de colectivizar los problemas sociales, volver a captar los deseos de la mayoría social y saber plasmarlos. Porque como ya advertía Lacoff: «La verdad, para ser aceptada, tiene que encajar en los marcos de la gente. Si los hechos no encajan en un determinado marco, el marco se mantiene y los hechos rebotan».