El 15 de mayo de 2011 se producen en más de cincuenta ciudades españolas las manifestaciones multitudinarias que se habían venido gestando durante los meses anteriores por una infinidad de colectivos e iniciativas cuya intención era denunciar la corrupción política y la crisis de sistema. La indignación decía basta y se organizaba. Las multicolores marchas dieron lugar a acampadas y ocupaciones permanentes en las plazas de las principales poblaciones del país.

Durante un mes (aunque en algunos casos, como València, las acampadas duraron hasta finales del verano) cristalizó un movimiento de protesta gestionado de forma directa por las asambleas, desde el que se señalaron todas las lacras que arrastraba la política tradicional. Y aunque en las acampadas había activistas de diferentes tendencias, los lemas utilizados no dejaban lugar a dudas sobre la voluntad mayoritaria. Frases como “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”, “Que no, que no nos representan”, “No somos mercancía en manos de banqueros y políticos” y otras muchas, así como las propuestas y los manifiestos elaborados en las plazas exigían un cambio profundo en las estructuras políticas y económicas que nos encorsetan y una democracia directa para que la gente decida realmente.

El Movimiento 15M fue capaz de aglutinar a miles de personas, de todas las edades y procedencias, creando en cada acampada comunidades autogestionarias, donde todo se decidía asambleariamente. Para un mejor funcionamiento se crearon comisiones que se encargaban de la comida, de la limpieza, de la difusión, de los debates, etc., las cuales debían dar cuentas de su gestión ante la asamblea correspondiente.

De sus diversos foros surgieron una serie de ponencias donde se ofrecían alternativas a todas las problemáticas que afectaban – y siguen afectando, desgraciadamente - a la mayoría social: paro, precariedad, vivienda, violencia machista, sanidad, cultura, pensiones, servicios públicos, militarismo, contaminación, migrantes y otras muchas demandas a las que la clase política no manifestaba ninguna voluntad de ofrecer soluciones.

A las acampadas en las plazas sucedieron las asambleas populares en más de 400 localidades, desde las que se seguían lanzando alternativas, y una serie de iniciativas de lucha como las diferentes mareas en defensa de los servicios públicos, la querella por el caso Bankia o proyectos de huertos urbanos, radios libres, redes de consumo ecológico, centros sociales, prensa alternativa, solidaridad en los barrios y otras muchas muestras de que, a pesar de haberse levantado las acampadas, las ideas y los proyectos del 15M no habían muerto tan rápido como desde el poder se deseaba.

Ese espíritu abierto y creativo, esa exigencia de renovarlo todo, esa forma autogestionaria de proponer y decidir las cosas es lo más valioso que el 15M nos ha dejado. Lejos de desaparecer o de haberse transformado en un partido político (como desde el principio le sugerían los voceros del régimen y algunos participantes reclaman ahora desde su escaño o su ministerio) la experiencia de mayo del 2011 sigue – y esperemos que siga – alumbrando fórmulas horizontales, solidarias y participativas para la implicación de la ciudadanía en los asuntos que nos afectan, para la puesta en marcha de proyectos de autogestión que demuestran que son posibles muchos cambios sin esperar a que nos los concedan desde arriba.