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Esquivel

LA VENTANA

Francisco Esquivel

El esfuerzo necesario

El único tío que me queda está aislado en su habitación. Ha pillado el covid. En cuanto me enteré pensé: no puede ser. ¡Pero si no salen! Si mi tía viene hablándome del desgarro que les supone, a los ochenta y tantos de ambos, no poder abrazar a los nietos. Ha debido ocurrir, me cuenta, el otro día que se acercó al ambulatorio por lo del sintrom. Tenía que ser a él, con las defensas bajas aún tras la intervención del cáncer de colon a la que fue sometido no hace tanto. Horas antes de dirigirse al quirófano empezó a desmenuzarme lo que iban a practicarle y casi tienen que ingresarme a mí. Sin embargo él lo encaraba con un optimismo impropio del apellido que nos contempla tras echar un vistazo de memoria al resto del álbum. Ese arrojo junto a la fortaleza de ella los ha mantenido en pie todos estos años desde que, en el 92, el segundo de los cuatro varones, mi primo Javi, un chaval al que no había bicho viviente que no lo quisiera certificado por su pasión a la biología, se quedó sin el último aliento y sin poder alcanzar siquiera la treintena, víctima de ese ogro paralizante que lleva por nombre esclerosis múltiple contra el que peleó como un jabato sin perder la sonrisa y asistido por los suyos mañana, tarde y noche, amigos incluidos. Con estos iba en silla de ruedas hasta el bosque de sus sueños, al que durante años han acudido los más próximos a honrar sus cenizas. Y, ahora, el virus ha llevado también a esa casa su tarjeta de visita dejando al hermano pequeño de mi padre con esos 40 de fiebre que nos puso a temblar, menos a ellos que, como les digo, pueden con todo. En el análisis de la situación existe coincidencia: haber tenido las dos tomas en el organismo le ha evitado ser primero carne de uci y a saber después. Los que entienden de esto están con la mosca tras la oreja una vez relajadas las medidas y temen que, con la apertura de fronteras y tras el avance experimentado aquí, nos encontremos a la vuelta de la esquina con un nuevo ciclo amenazante. Maldita sea, criaturas, que vivir es más que dos días.

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