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Alberto Soldado

Iglesias y Weil

Pablo Iglesias quiso transformar el mundo desde la palabrería hueca y desde la incoherencia personal. Quizás por eso nunca tuvo como referencia a Simone Weil, una luchadora en la columna Durruti que buscó con humildad el camino de la verdad

El 15M se eterniza en València con una lápida que lo recuerda como movimiento social que sirvió para concienciar a las masas de la mentira sobre la que se sostenía el sistema de gobierno. La fuerza juvenil impulsaba un movimiento asambleario en el que en cada tienda de campaña, o entre unas cuantas, se debatía y se tomaban resoluciones aprobadas a mano alzada que los periodistas se encargaban de divulgar convencidos de que aquello era en verdad, una revolución. De allí surgió la fuerza que parecía imparable de Podemos, que llenaba pabellones prometiendo un inminente cambio que transformaría la sociedad para igualar las posibilidades, acabar con las corrupciones y levantar sobre las cenizas de un Estado decrépito y enfermo la nueva sociedad soñada. Un movimiento de abajo a arriba, que ilusionó a muchos. ¿Quién podía oponerse a acabar con un sistema sostenido por la corrupción de los dos grandes partidos? ¿Quién se opone a luchar por la igualdad social, por una democracia participativa en la que se construya el poder con hombres y mujeres soñadores de una verdadera justicia social? No puede haber nadie que tenga oídos que escuchen los lamentos de la desesperación por la falta de trabajo, ojos para ver la creciente imagen de miseria y corazón que sangre por la injusticia, que sea capaz de rebatir los deseos de honestidad, trabajo, méritos y justicia que proclamaban aquellos ilusionados jóvenes que salieron y tomaron las calles y plazas de toda España.

La estructuración política que se plasmó de aquel movimiento ya hemos visto cómo ha acabado. El líder de Podemos purgó, como buen estalinista, a cualquiera que alzara la mano para debatir de tú a tú. Pasó de vivir como vive una familia sencilla en un barrio obrero y de reivindicar la justicia de las ocupaciones de propiedades ajenas, a vivir en una urbanización de clase, protegido por un montón de agentes de orden público. Aquel joven que hablaba de nuevos tiempos acabó convertido en un muñeco del sistema. ¿Qué le faltó a Pablo Iglesias para cumplir con los sueños prometidos?

No sé si Pablo Iglesias ha leído a Simone Weil. No creo recordar haberla citado. Ella, parisina de naturaleza, internacionalista, formó parte de la columna Durruti en la guerra civil española. Era soñadora de corazón. Por eso sangraba su espíritu viendo matanzas injustas e inútiles que la llevaron a una profunda transformación interior. No jugó con la mentira y estuvo comprometida con la autenticidad y con el compromiso de la coherencia personal. Por eso fue profesora, escritora… y obrera en la Renault; fue periodista… y vendimió cuando la tuberculosis empezaba a carcomer sus pulmones hasta su muerte en 1943, con apenas 34 años. Entendió que la transformación social empieza por el compromiso de cambio personal. Nacida en una familia judía intelectual y laica visitó Asís durante dos días y allí -confiesa por escrito- «algo más fuerte que yo me obligó por primera vez en mi vida a ponerme de rodillas». Dentro de la misma coherencia en la búsqueda, mientras califica el cristianismo como la «religión de los esclavos», penetra en otras espiritualidades entre sufrimientos y humildad. Simone fue en realidad una estoica, o sea, profundamente mística. Albert Camus dijo de ella, en 1951, que fue «el único gran espíritu de nuestro tiempo». Pablo Iglesias quiso transformar el mundo desde la palabrería hueca y desde la incoherencia personal. Quizás por eso nunca tuvo como referencia a una luchadora en la columna Durruti que buscó con humildad el camino de la verdad. Eso era demasiado sacrificio.

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