Encuentro al amigo José Luis Villacañas -‘Otra ronda’- en estas mismas páginas de Levante-EMV, cuando analiza el filme del mismo título y cuestiona con acierto el arte de vivir que el propio tema musical que acompaña a la película -‘What a life’ (‘Qué vida’) de Scarlet Pleasure- plantea en el mismo sentido. Disfruto de sus comentarios cuando afirma que desde el norte se comienza a comprender algunas cosas, que aquí, por el sur, sabíamos desde antaño. Y entre ellas que la bebida, hábito muy arraigado allá, en soledad y sin rituales comunitarios gozosos, como los nuestros, se utiliza en la película para testimoniar un drama existencial.

La propuesta de Villacañas sobre el arte de vivir, del que carecen los amigos protagonistas del filme, la concreta en la incapacidad que muestran para saber vivir, en la necesidad de recurrir a la bebida como coartada cuando son incapaces de relacionarse, de exponer lo que les hace desdichados. No tienen el arte de vivir del cual otro filme -‘Zorba el Griego’, de Michael Cacoyannis- por el contrario, nos muestra en su plenitud, con un esplendoroso final, al beber y bailar juntos en un recordado sirtaki cuando la tragedia les sorprende al derrumbarse la obra de la mina que estaban construyendo. La vida es solo eso, sobreponerse a lo que parece el final, cuando la pasión por la vida vence los desastres ocasionales.

Ello lleva a recordar a Luis Racionero en ‘El Mediterráneo y los bárbaros del norte’, con ánimo de mejor comprender la confrontación de las dos mentalidades que sitúa como complementarias en la Europa que hoy se pretende construir desde el marco comunitario de Bruselas. Será acaso que ninguna de las dos debe sobreponerse a la otra y, en cualquier caso, cabe que prevalezca la que mejor conoció, con el paso de los siglos, el arte de vivir. Que convivir es lo más importante para saber vivir, que convencer es más gratificante que vencer, que disentir es más conveniente que disputar, que disfrutar en compañía es más importante que ganar en soledad.

En el arte de vivir, la felicidad de compartir un vaso de vino es patrimonio de culturas que lo tienen secularmente asimilado en su comportamiento habitual. Se bebe por acompañar, no por ahogar la tristeza. Salvo en lo excepcional, se disfruta al repartir, no al excluir; lo más frugal entre todos resulta ser lo más enriquecedor. La bebida es un aliciente para la alegría compartida, una excusa para el encuentro no una salida ante el desencuentro. Zorba nos muestra lo que Racionero complementa y Villacañas expresa con acierto en su análisis del filme: que el recurso a otra ronda de los amigos protagonistas no es sino su propia impotencia ante la falta de arte para vivir.