Un matrimonio madrileño con ínfulas de grandeza, pero con los bolsillos vacíos, llega con su hija a València para visitar a una familia amiga y de paso ver la famosa procesión del Corpus. Los anfitriones, Jacinto y Baltasara, no pueden presumir de mucha cultura ni de demasiadas luces, aunque gozan de una desahogada posición y aspiran a casar a su hijo Carmelet con Corina, la hija de los madrileños a la que suponen rica. Juego teatral de apariencias y equívocos, de crítica de vicios y costumbres, el argumento de ‘Tres forasters de Madrid’ ejemplifica de modo magistral esa permanente tensión entre unos capitalinos chulapos, que miran por encima del hombro a las gentes huertanas, y unos valencianos torpemente fascinados por los oropeles de la villa y corte. Escrita en 1876 y obra cumbre de Eduard Escalante, el gran maestro del sainete en nuestra tierra, ‘Tres forasters de Madrid’ refleja asimismo en clave costumbrista ese eterno pulso entre el centro y la periferia en la política, la economía o la cultura. Es cierto que ha transcurrido siglo y medio, pero aquella disputa sainetesca reaparece con frecuencia hasta el punto de que en tiempos de pandemia ha ocupado el primer plano de la actualidad. Así pues, nunca fueron fáciles las relaciones entre madrileños y valencianos, ya que mientras los primeros siempre consideraron nuestra costa como su playa privada, los segundos observaron a la capital como la estación imprescindible para triunfar. 

Han pasado afortunadamente a la Historia aquellas épocas en que los valencianos más ilustres, con Joaquín Sorolla o Mariano Benlliure a la cabeza, debían emigrar a la capital para impulsar sus carreras. Las últimas décadas de democracia y autogobiernos han propiciado que la cultura española no gire sólo en torno a Madrid y Barcelona («hay vida fuera de esas ciudades, incluso vida inteligente», Ximo Puig dixit), sino que museos, teatros y auditorios se extiendan por muchas ciudades medias, València entre ellas. Ahora bien, esta muy beneficiosa descentralización no ha impedido que pervivan los recelos mutuos entre la meseta y el mar, sobre todo si algunas políticas de la capital instigan el menosprecio en comentarios soberbios, ventajas fiscales o aquellas chulerías que Escalante retrató en ‘Tres forasters de Madrid’. Que nadie se sorprenda, pues, de una cierta madrileñofobia que comienza a crecer en tierras valencianas y se manifiesta desde el fútbol a la economía pasando por las redes sociales. Los valencianos siempre admiraron de los madrileños su nobleza y su hospitalidad mientras los capitalinos quedaban asombrados por nuestra actitud alegre y hedonista. De este modo, unos y otros se han enriquecido con el contraste de esas diferencias. Pero el trumpismo castizo que enarbola la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, amenaza con dinamitar los puentes entre las distintas culturas y modos de vida con un discurso victimista en este país tan plural. Porque esa llamada forma madrileña de llenar las terrazas en años de pandemia quizá no sea compartida por otros muchos españoles y ni siquiera por bastantes madrileños. Llegados a este punto, si la deriva populista se refuerza en Madrid que no se extrañen de que un meme valenciano, que se ha hecho viral, les aconseje tomarse las cañas en la plaza Mayor, en el paraíso de la libertad de Ayuso.