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Raso y junto al palo

Julián García Candau

Poeta, valenciano y valencianista

Francisco Brines era poeta, valenciano y valencianista. Era la definición de su personalidad. Fue uno de los grandes poetas que dedicó su mirada al fútbol. Por el de Mestalla era siempre añoranza. Confieso, que siempre que hablé con él nuestra conversación no se centró en la poesía que habría sido lo propio. Sucedía que cada vez que nos encontrábamos todas sus preguntas iban dirigidas a las glorias y frustraciones del Valencia. No le llamé con motivo de la concesión del Premio Cervantes porque me parecía que íbamos a tener una conversación alejada de los méritos por los que se le otorgó el premio. En tiempo de tanta precariedad valencianista habríamos acabado por conversar sobre lamentaciones. Dado su estado de salud fui retrasando el momento de felicitarle y, desgraciadamente, he llegado tarde. Se ha ido sin que pudiéramos conversar sobre las desgracias que aquejan Mestalla. Mejor.

Hubo un tiempo en que la intelectualidad despreció el fútbol. Pese a ello antes de la Guerra, Rafael Alberti con su «Oda a Plantko» y Miguel Hernández con elegía por Lolo Sampedro portero del Orihuela, pusieron la primera piedra sobre la que hubo que luchar, después de la derrota en la Guerra Civil, para que ilustres escritores mostraran públicamente que este deporte no tenía que ser marginado. Con la dictadura si hubo varios escritores falangistas que dedicaron su miraba benevolente al fútbol. Aunque suene a presunción, conseguí que colaboraran en El País escritores como Juan Benet, Juan García Hortelano, José María Guelbenzu, Manuel Vicent, Manuel Vázquez Montalbán y Jesús Fernández Santos. Participaron en tomas de postura sobre sus naturales querencias porque cada uno vestía literariamente sus colores balompédicos. En casa, Vicent Andrés i Estellés también hizo aprecio por el deporte.

Brines siempre se centró en el Valencia y en las distintas ocasiones en que tomó la pluma para confesarse púbicamente poeta, valenciano y valencianista, mostró sus preferencias por el fútbol de calidad. Difundió los valores de la inteligencia sobre el terreno de juego y nunca dejó de elogiar la calidad de valencianistas como Solsona, Tendillo y Kempes. Los goles de Morena le parecían tristes y en sus evocaciones llegaba a la figura de Antonio Puchades. Brines tenía en su memoria lo mejor y lo peor de su Valencia. Vivió intensamente las dos finales de Copa de Europa en París y Milán y siempre lamentó la pérdida de un titulo.

Desde su punto de vista pasional fue capaz de afirmar que el buen fútbol, el que se echaba de menos, en cierta ocasión, había reaparecido en Mestalla. En uno de sus artículos en los que relató los duelos y quebrantos de Mestalla llegó a decir algo que estaba en el ánimo de muchos aficionados. En pocas ocasiones salían a relucir los aspectos políticos del fútbol. «El Real de Bernabéu era, para alguna gente de aquí y de allá, el equipo del Gobierno, y para casi toda la piel de toro (excluyo Portugal y parte de Madrid) era también el equipo del Comité Nacional de Árbitros».

Me habría gustado conocer su opinión sobre el futuro del Valencia. De haber conectado telefónicamente con él, seguramente, me habría ahorrado las frases que sobre el Valencia podíamos tener en común. No merecía en sus últimos días que se le insistiera en lo que seguramente era también su dolor de valencianista.

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