El Tarajal, Ceuta. La vergüenza de España, la vergüenza de la Unión Europea y la vergüenza de la humanidad. Creo que no hay otra forma de describirlo. Los discursos de las instituciones tanto europeas como españolas y de medios de comunicación españoles colocan por ahí la palabra solidaridad sin tener ni una pizca de ella. No he oído ninguna referencia a esas casi 8.000 personas como problema social, no porque entren y se salten la frontera y pongan en jaque la seguridad española, que dicen ellos, sino como muestra del fracaso del sistema de bienestar que en el siglo XX proponía cambiar el mundo basándose en el capitalismo diciendo que harían que todas las personas tuviesen unas condiciones mínimas de vida, que estaríamos mejor que en ninguna época anterior. Paparruchas, humo... y eso lo vemos hoy más claro que nunca.

Es una de las entradas más masivas que se han producido nunca. ¿Qué nos demuestra esto? Que el ritmo se acelera porque la situación en África y Oriente Medio es insostenible. Insostenible en algunos casos a nivel climático. Eso que parece tan lejano, las consecuencias del cambio climático para la supervivencia humana, ya se está produciendo, y las consecuencias no son otras que las que se ven: la creación de un grupo muy importante de la población que no tiene medios para sobrevivir en sus países; un ejemplo es Senegal. Cuando los elementos básicos para la vida como el agua escasean, el capitalismo se vuelve más feroz que nunca y los que no pueden pagar precios altos, no tienen ante sí nada más que la muerte. Esto vemos muy improbable que pase en España pero recomiendo ver algún documental o leer algún artículo científico. En otros casos, insostenible a nivel económico y social. El expolio que durante más de un siglo se ha hecho de todos los territorios de África y Oriente Medio para apropiarse de sus recursos naturales ha generado guerras y corrupción que han impedido que esos países se desarrollen de forma autónoma. Los habitantes de esas regiones han sido y son explotados, llevándolos a la pobreza y a que no tengan oportunidades de futuro. Esta dinámica extractivista del capitalismo la explica muy bien Yayo Herrero. Pero además también influyen los tratados comerciales a nivel internacional como el GATT que les ponen trabas arancelarias afectando a la producción (Stiglitz, 2006).

Como consecuencia de estos elementos, que tienen detrás de sí el sistema económico capitalista, ha surgido un amplio sector social que no tiene posibilidades de vida digna, y en algunos casos ni de vida. A ello se le añade un problema más: les separa una frontera inquebrantable porque no solamente es física, es moral, es de valores, es económica. Una frontera que separa dos mundos aunque estemos en la era de la globalización. Una frontera que sólo se salta de norte a sur, pero nunca de sur a norte. Esa frontera que recuerda a la de Juego de tronos. ¿Tanto nos diferencia de ellos? ¿De verdad alguien cree que hay un ellos y un nosotros? Ilusos. Qué haríamos si desplazasen esa frontera indestructible un poco más al norte o más al este, ahora que el mundo vira hacia Asia. No existe esa diferencia porque lo que les impulsa a nadar, a saltar y a jugarse la vida es lo que algún día, no tan lejano, puede llevarnos a hacer lo mismo: la exclusión, el abandono y la pobreza.

Me sorprende que continúe hablándose de protección de fronteras abordando el problema desde la economía y la política como si no hubiese control sobre eso, como si no hubiese solución, reafimándose en el principio capitalista del hombre que se construye a sí mismo, de que si vale lo conseguiría de forma legal o triunfaría en su país de origen como aquí lo hemos hecho aquí, mientras nos aprietan el cuello con la mano invisible del Ibex, la OMC, el FMI, el GATT y todas esas instituciones mundiales que decretan el orden económico mundial y promueven dos mundos, un sistema capitalista desarrollado cada vez más desigual, un mundo solo para unos pocos. Y lo que más me sorprende es que creamos que somos de esos pocos.