Las horas azules son mágicas, su belleza me envuelve y creo que pierdo mi yo… El tiempo, ese tiempo que nos hace y deshace, lo paralizan.

Ayer me llevaron hacia el ayer… hacia una librería llamada Rigal. Estaba situada en Félix Pizcueta, y la persona que la llevaba ejercía de verdadero librero (esa persona que nos gusta tener como amigo), Pepe Pont. Fue él quien conociendo mi gusto por la poesía me dio el libro de Francisco Brines Las Brasas, Premio Adonais 1959. Los Brines, recuerdo que comenté, «viven, también en Jorge Juan, justo arriba de nuestra casa» y me sentí orgullosa. Me los encontraba alguna vez. El padre, de gran estatura y de una seriedad correcta, me imponía algo. La madre era justo al revés, siempre sonriente, natural, próxima. Desde entonces, para nosotros, Paco se convirtió en el Poeta y si coincidíamos en el ascensor, mi hermana Pilar y yo no nos atrevíamos a hablar por el respeto que nos causaba. Recuerdo su mirada lejana, con la belleza de los ojos tristes, pensativos… Pilar y yo comentábamos luego: «tiene los ojos de poeta, que mira hacia dentro, descubriendo y captando lo indecible».

Suelo leer la poesía al azar, casi como un juego íntimo, y el poema con el que me tropiezo adivina lo que pienso, me adivina a mí misma.

Abrí Las Brasas: «Alguien ve siempre una muchedumbre de pequeñas brasas». Esa breve frase recuerdo que me trastornó y seguí: «Habrá que cerrar la boca y el corazón olvidarlo. /Dejarlo sin luz, sin aire, /como un hombre encarcelado, / y habrá que callarlo todo/ lo que nos pueda hacer daño». Hoy, en un libro de poesía completa 1960-1977 con una bonita dedicatoria a mi hija, he vuelto a leerlo y no me ha parecido lejano porque el tiempo no borra lo auténtico. Mis hijos heredaron la necesidad y el amor hacia la poesía y siendo aún adolescentes me pidieron este libro que acababa de salir y se lo llevé a Paco para que se lo dedicara a cada uno, quedó un poco sorprendido por la juventud de mis hijos y las dedicatorias fueron bellas, muy bellas. No fue el único que les dedicó porque ellos, por su cuenta seguían y siguen leyéndole…

Confieso: todos sus libros están subrayados… No puedo evitarlo.

LAS HORAS AZULES

Recuerdo una tarde que vino José Hierro a dar lectura poética (también es uno de los poetas que leemos a menudo). Después de la lectura nos acercamos a él y al hablar de poesía nos señaló a Brines como uno de los mejores poetas españoles. Mi espíritu vibró. En 1984 le había hecho una entrevista en el desaparecido periódico Noticias. En la entradilla escribí con toda convicción: «Brines es uno de los mejores poetas españoles y eso hay que decirlo bien alto». Y por fin se sucedieron los premios.

Yo que vivo casi en un espacio de olvido porque nunca tuve memoria, las horas azules me devuelve aquellos paseos que después del teatro, si Paco estaba en València, dábamos alguna vez con Anzo. Una tarde fuimos a su estudio y era un lujo escucharles hablar. Hubiera querido detener el tiempo.

Y me llevan también a Madrid, a la Casa de Valencia. Pere María Orts me indicó que Paco Brines era la persona indicada para presentar mi libro Nobleza Valenciana, un paseo por la historia. Tímidamente se lo pedí. «No sé nada sobre la nobleza», sonrió. Ni yo, le conteste. «Es un libro más bien de detectives. Me he paseado con lupa buscando cualquier huella que me llevara a los antepasados de los nobles entrevistados, buscando algo difícil de encontrar, pero que, sin embargo existió en esa cotidianidad en la que vivieron. Y como no podían contestar a mis preguntas les he ubicado en el siglo al que pertenecieron, para hallar respuestas que huyeron en el tiempo. Un pequeño paseo por la historia». Su presentación fue entrañable… y como no sabía contestarle leí uno de sus poemas. Estaba tan emocionada que al final, parafraseando a Dámaso Alonso, dije con voz temblorosa: «voy a romper mi voz. Lo que siento, yo no lo sé decir». Nunca encontraré la palabra justa para darle las gracias a Paco y al fin cuando le han otorgado el tan merecido Premio Cervantes tampoco he encontrado las palabras. Vuelvo a Dámaso Alonso: «Voy a callar mis sentimientos; la emoción que siento, yo no la sé explicar».

He sido educada en el respeto y discreción y eso, a veces, impide demostrar tus sentimientos hacia aquellas personas que quieres. Me ha estado pasando últimamente con respecto a Brines, hasta que me decidí y hablé con su ayudante Víctor Alberca y después por medio del whats fuimos comunicándonos. Víctor es un ser extraordinario y cercano. Me contó lo de la Fundación, alguna vez Paco me había insinuado algo, me precipité a pertenecer a ella, su sede es Elca, el paraíso de Brines, que a través de sus poemas lo sientes un poco tuyo. Me llegó un hermoso librito Desde Elca (Antología) selección e introducción de Francisco Brines y un artículo suyo: «El poema como instrumento ético» y siete maravillosos poemas inéditos. Prologado por Fernando Delgado, editado por Pre-Textos, una de las editoriales más exquisitas por ese amor que dedica a sus ediciones. El libro es una joya y siempre va conmigo.

La otra noche, inesperadamente (cosas de mi móvil que va siempre a la suya) me presentó la toma de posesión de Francisco Brines en la Real Academia en 2006. Con la letra X, sustituyendo a Buero Vallejo. Le escuché… y fue adentrándome en la obra de este gran dramaturgo que tanto nos gusta y admiramos. Fue un verdadero placer. Luego su discurso «Unidad y cercanía personal de Luis Cernuda» se extendía ante mí toda una bella lección de poesía. Me sentí fuera de tiempo e inexplicablemente, me encontré en el ascensor de Jorge Juan, estaba la madre de Paco y me sonreía.