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Esquivel

La ventana

Francisco Esquivel

Maldita la gracia

Sánchez abandera que España se convierta en el polo industrial europeo del hidrógeno verde con Abascal paseándose por Ceuta pelo en pecho advirtiendo que la agenda 2050 es un plan de inmigración para importar masivamente varones en edad militar desde África. Y mientras que sus huestes rivalizan con las del pepé en una ofensiva parlamentaria contra el Ejecutivo sobre Marruecos, el titular de Justicia pide que los indultos del prucés se vean «con naturalidad». ¡Socorro!

Ante la que se avecina estoy en un tris de ir al médico pero, dado lo hecho que estamos al alboroto, me autorreceto y, nada de andarse por las ramas, me meto por el cuerpo «Lily, la trigresa», que es droga dura. No resulta sencillo situarse acerca del argumento de la primera peli dirigida más o menos por Woody. De digerirse fácilmente no se obtendría el efecto placebo pertinente. Por resumirlo: son las aventuras del agente Phil Moskowitz, un remedo de Bond pero mucho más salido, que ha sido contratado por el Gran Majah Superior de Raspur –no lo busquen en el mapa– para hacerse con la receta de la mejor ensalada de huevo duro del mundo. Al monologuista de Brooklyn lo escogieron para que, a una cinta japonesa de acción, le colocara diálogos de coña que no tuvieran nada que ver con los originales. Y eso es lo que es. O sea, nuestro día a día.

De hecho, existe una versión doblada al español que naturalmente es más incomprensible aún. En ella, 007 se llama Igarraguirregoicoechea, que, en lugar de la receta de la ensalada, va detrás de una de gachas en su tinta. Esto es en serio, como la importación masiva de varones en edad militar y el que la plebe se tome los indultos con naturalidad. Pero hay más, ya saben, siempre hay más. Y cuando, mientras en la versión de Allen, para dejar caer la toallita que la cubre una mujer le pide al James de pacotilla que cite tres presidentes estadounidenses, en la carpetovetónica le susurra que recite la lista de los reyes godos. Por eso debe pirrarle tanto esto al neoyorquino. Porque somos insuperables.

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