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Alfons Garcia

La estrategia del caracol

El rencor no nos es nuevo. Somos uno de los países con más experiencia en odio, el penúltimo de la vieja y rica Europa que se batió en guerra familiar

Pienso en diez años atrás y me veo en la plaza del barrio acabado de estrenar después de una larga mudanza. Me veo en una noche de primavera sentado ante una película improvisada por los vecinos cargados de las mejores intenciones comunales. Eran los efluvios del 15M y la ilusión colectiva de un mundo diferente. Una de esas explosiones de esperanza que el ser humano necesita de vez en cuando para continuar con esta fiesta. Veo una sábana blanca colgada entre los árboles, un proyector casero y unas decenas de personas reunidas con sus sillas de casa para ver La estrategia del caracol, una película también de esperanzas y sueños colectivos, de robinjudes y quijotes anónimos que ganan por una vez a los poderosos del dinero, aunque como siempre que esto pasa no se sabe muy bien si la cosa fue así o solo una realidad soñada.

Ahora, diez años después, veo el mundo con menos ilusión, seguro, pero quiero pensar que con algo más de lucidez. Lo pienso al leer las reflexiones actuales del director de la película, Sergio Cabrera. Su vida, predestinada desde la niñez a la guerrilla y la revolución, es el alimento de la novela Volver la vista atrás, de Juan Gabriel Vásquez. Dice Cabrera que le asusta el nivel de fanatismo que llegó a tener y el que uno puede acumular. El fanatismo que se ve como amenaza también en El olvido que seremos, otra mirada fantástica, esta de Abad Faciolince y Fernando Trueba, sobre Colombia y los límites de los ideales. Dice Cabrera que a él le salvó el miedo, el temor simple y epidérmico a que lo mataran en una misión. Dice que hoy le parece mentira haber sido aquel, un yihadista más en la selva dispuesto a entregar su vida por un ideal desdibujado. El miedo es un sentimiento imprescindible para preservar la cordura. Eso de vivir sin miedo queda bien en canciones y poemas, no en la calle (y menos en la selva, si hay diferencia entre una y otra). Diría también que al cineasta le salvó el humor. Se ve en La estrategia del caracol. El humor es otra manera de tomar distancia de lo trascendente, de quitarle importancia a casi todo, porque casi nada la tiene, de tomarse menos en serio ideologías y a uno mismo. Quizá no es una forma de vivir, pero sí de empezar a disfrutar de la vida.

Hoy miro alrededor, veo Gaza y veo tanto fanatismo como hace diez años. Pero hoy es más claro que el conflicto no es entre dos naciones, sino entre quienes quieren el aplastamiento del otro y quienes creen que es posible el entendimiento. Veo la secuencia casi diaria de matanzas indiscriminadas en Estados Unidos y queda claro que alejar a Trump de la máquina del poder no ha significado neutralizar el fanatismo. Veo la política española de ahora más manchada de sectarismo, con los ultras tocando el poder, pidiendo himnos y banderas en los colegios. Veo los parlamentos convertidos en cuadriláteros para el reparto de golpes, sin la más mínima pretensión de entender al de enfrente o intentando al menos proyectar esa imagen cuando observa la clientela votante. Veo síntomas también para la esperanza, sí, pero el producto que nos venden es un mundo con anteojeras, lleno de bloques, frentes y compartimentos estancos. La sociedad no se divide en cajas cerradas. Si hay futuro, el camino debe pasar por romper la tendencia a las opciones monolíticas y graníticas, los pensamientos únicos y simples. La fragmentación que muestran las calles y los resultados electorales envía un mensaje en favor de la complejidad y la comprensión.

El rencor no nos es nuevo. Somos uno de los países con más experiencia en odio, el penúltimo de la vieja y rica Europa que se batió en guerra familiar. Esta semana ha muerto el último brigadista internacional en aquella contienda. Algo debería quedar de todo aquello en el ADN colectivo. Posiblemente la moderación no es una ideología contra el sectarismo y el fanatismo. No es más que una forma de estar en el mundo levemente. Posiblemente sea necesario un cierto fanatismo para aferrarse a algunos ideales de igualdad y progreso, pero posiblemente sea necesario después bañarse de moderación para disfrutar del gozo incontestable de los días. A ritmo lento y sin muchas ataduras. Con la estrategia del caracol.

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