El pasado lunes, 31 de mayo, celebramos el día internacional sin tabaco, fecha escogida por la Organización Mundial de la Salud para concienciar de los efectos letales de su consumo y promover políticas eficaces para evitar su uso.

Uno no puede evitar echar la vista atrás y sentir cierto asombro ante los grandes cambios acecidos en las costumbres sociales en pocos años. Basta con recordar que nuestra legislación en materia de tabaco, entendida como tal, es de este siglo: aún no ha cumplido la mayoría de edad.

No es difícil para muchos de nosotros recordar cómo el humo se apoderaba de los asientos traseros de los autobuses, la ropa oliendo a tabaco tras salir de un restaurante, fumar en clase junto al profesor… El concepto de fumador pasivo aún no existía y nadie se planteaba las consecuencias para la salud de aquellos que respiraban nuestro dañino humo, incluidos los más pequeños.

Hoy nadie duda de lo nocivo de esta droga. Hay 50.000 muertes en España cada año por su consumo. El tabaquismo es la primera causa de muerte evitable del mundo. La propia OMS lo define como enfermedad crónica y los manuales de psiquiatría llevan años estudiando los trastornos por su consumo y abstinencia. Para la ciencia es, sin duda alguna, una sustancia peligrosamente adictiva.

A pesar de ello, seguimos viendo a jóvenes iniciándose en el hábito, futuros esclavos de la nicotina. A sus nefastas consecuencias añádase el impacto de la letalidad por covid en los fumadores, una tétrica correlación que no tardaremos en conocer con exactitud.

Aquellas generaciones que comenzamos a fumar lo hicimos por imitación, por sentirnos mayores, adultos antes de tiempo, por emular a nuestro cantante favorito o al actor de moda, al héroe que sujeta entre sus dedos el cigarrillo. Entonces no se hablaba de programas de orientación y prevención, al contrario, la publicidad de las marcas estaba en todas partes: un jinete cabalgando en paisajes de libertad, veleros navegando bajo una marca de cigarrillos, una canción asociada a su consumo…

Hoy hay que seguir insistiendo en la información y prevención, debiendo ser integral y trasversal y referida tanto al consumidor como a los agentes que intervienen en labores preventivas. Puede que el tabaco no destruya de forma tan brutal y fulminante como el alcohol o la cocaína, incluso que se considere menos letal que otras drogas, pero un simple cilindro, ya sea impecablemente empaquetado por una marca comercial o bien de fabricación casera, es también una droga que esclaviza y nos priva de libertad. Tomemos conciencia.