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A vuelapluma

Alfons Garcia

Adelanto, no, gracias

El riesgo es que cada día hasta entonces es un nicho de incertezas. Pero eso es la política

Ximo Puig durante la última campaña electoral en 2019. Juan Carlos Cárdenas

Si recuerdan la pegatina amarilla «¿Nuclear? No gracias» con un sol sonriente es que ya cuentan una cierta edad. Es uno de los símbolos de los ochenta. Muy de aquellos años: estaba en todos los sitios, un éxito de resonancia, pero logró poco a corto plazo. Aquellas centrales nucleares siguen activas y prorrogadas. Como mi horóscopo dice que el mundo es de los optimistas, quizá el triunfo de aquella campaña fue a largo plazo y conquistó a las nuevas generaciones y dejó un sello negativo imborrable sobre la energía nuclear.

Hubo ayer un rato durante el que se abrió el debate de cuándo serán las próximas elecciones valencianas. Esta tesitura es la peor para el periodista de política, porque supone que allí donde vas consideran que manejas información privilegiada que solo suele estar en la cabeza del president y sabes lo que nadie sabe. No tengo ni idea de qué piensa hacer Ximo Puig, pero estoy convencido de que sabe que no interesa ahora el debate del adelanto electoral. No le interesa a él, ni a su partido, ni al Botànic, ni a la sociedad valenciana. No interesa enviar el mensaje a la sociedad de que se está pensando en beneficios electorales cuando la pandemia está ahí, mantiene a más de un centenar de personas en los hospitales valencianos y a más de 50.000 trabajadores en ERTE. Parece que estamos en la fase de salida, pero el verano pasado también el virus parecía bajo control.

Si incluso en un ejercicio supino de ruindad política alguien pensara que la gestión realizada y los buenos datos de incidencia, unidos a la ausencia de un liderazgo consolidado en el PP valenciano (en construcción), pueden favorecer un mejor resultado de la izquierda, opino que patina, que los riesgos serían mayores de los que se creen, con un PP crecido tras la hazaña de Madrid y un Gobierno de España en tono crepuscular.

La lógica invita a pensar que la situación será mejor dentro de varios meses, con la economía en estado de crecimiento según los vaticinios generales. Se antoja mejor oportunidad para desempolvar las urnas, alejado el trauma de la crisis sanitaria y con una sociedad en recuperación. El riesgo es que cada día hasta entonces es un nicho de incertezas. Pero eso es la política. Y si creemos en que todavía hay futuro para la buena, habrá que asumir ese riesgo.

En todo caso, si alguien me pregunta aún por las próximas elecciones, diría que ‘adelanto, no, gracias’, que con un president que se resiste a hablar de cambios en el Consell con la pandemia activa, no veo creíble un anticipo a corto plazo. Si la lógica funciona, pronosticaría esos relevos en el próximo otoño (hay congreso del PSPV además) y elecciones, como pronto, en el otoño de 2022 o agotando legislatura, en la primavera de 2023. Dependerá también de qué hace Pedro Sánchez y cómo le va, porque quizá ya no es tan interesante ir de la mano, aunque la unión siempre tira de la participación.

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