El título de este artículo se refiere a si se debe o no indultar a los presos del ‘procés’. Es una decisión exclusivamente personal del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ni siquiera del Consejo de Ministros. La derecha española y la extrema derecha, que muy a pesar de algunos importantes sectores de la primera se parecen más de lo conveniente a la segunda en una democracia europea -Casado por la mañana es Ayuso y por la tarde Feijóo- anuncian que recurrirán al Tribunal Supremo el probable indulto. Eso es sólo titulares en la potente prensa de la caverna.

Nuestro Pedro ya prepara la venta mediática de indultar a Junqueras y sus subordinados. Al fin y al cabo, fugado el jefe Puigdemont, Junqueras es el máximo representante del Govern sedicioso del 1 de octubre de 2017 encarcelado en la prisión de Lledoners. Creo recordar que en algún medio público se comentó que el líder de ERC se dedicaba en sus tediosas horas en la prisión a orar y reflexionar; vamos, algo así como fray Luis de León cuando fue encarcelado por la Inquisición y al salir de las mazmorras escribió excelentes versos. De momento, Junqueras, que se sepa, no ha escrito ningún verso en su relativamente confortable estancia en Lledoners. A intrigar políticamente se ha dedicado mucho y lanzar faroles a Sánchez del estilo «si me sacas del pozo te hago un favor», lo ha hecho más de lo prudente.

Pero a nuestro presidente hay que tomarlo como al que elegimos. El que le votó en noviembre del 2019 -yo mismo- ya debía suponer de qué material estaba hecho. Con esa empalagosa terminología que a Sánchez frecuentemente le gusta emplear, nos ha hablado ya de la concordia, de que la Constitución no se basa en la venganza… Tiene en una cosa razón: la Constitución no se basa en la venganza. Pero sí en el cumplimientos de las leyes. Seis veces desde julio del 2017 al 1 de octubre de ese año fueron advertidos el Govern catalán y la Mesa del Parlament por el Tribunal Constitucional, siempre con acuerdos unánimes, de la ilegalidad de cualquier actuación que tendiera a la ruptura de la nación española. Los dirigentes independentistas catalanes hicieron caso omiso de esos avisos. Finalmente, como consecuencia de su loca aventura, unos acabaron en el presidio y otros en vergonzosas huidas al extranjero.

Las razones por las cuales Sánchez parece decido a echar el órdago del indulto sólo las conocen él y su muy estrecho círculo de colaboradores. Las encuestas a las que tiene gran afición indican que el 67 % de los españoles están en contra de ese indulto. Incluidos muchos votantes socialistas. No así en Cataluña, donde el porcentaje es casi simétricamente contrario. Ese es uno de los graves problemas de España, aunque menor que la pandemia, el paro y las colas del hambre. Hay muchos españoles en Cataluña y Euskadi que han dejado de serlo. Sentirse miembro de una nación no es haber nacido en su territorio geográfico, cualquier imbécil ha nacido en algún sitio. Es tener un común sentido de pertenencia colectiva. O como escribió Ortega: «Una nación es un proyecto ilusionante de vida en común».

Los que no pertenecemos al privilegiado círculo del entorno del presidente, a lo más que podemos llegar es a avanzar alguna hipótesis. A mí se me ocurren dos, no necesariamente excluyentes. La primera, cortoplacista. En ese terreno, Sánchez se mueve como pez en el agua. Fidelizar en el Parlamento los votos de los 13 diputados de ERC y los 4 del PdeCAT. ¿Pero quién le asegura que una vez indultados los condenados del proceso al ‘procés’, éstos no suban la puesta y demanden la amnistía o un referéndum de autodeterminación? Ambas demandas imposibles de cumplir en nuestro marco constitucional. El astuto Sánchez debería saber que no se debe cambiar en política, ni tampoco en la vida, realidades presentes por promesas futuras. El más torpe o el más sincero de los nueve presos independentistas, Cuixart, se ratificó el pasado 28 de mayo, en que lo volverán a hacer. Mucho no le ayudan los posibles indultados a nuestro presidente en sus benévolas intenciones.

La segunda hipótesis podría ser que todo presidente del Gobierno -Rajoy puede ser la excepción que confirma la regla- desea dejar para la historia que ha conseguido un logro relevante más allá de hacer carreteras o trenes, que se cobren puntualmente las pensiones u otros asuntos de ese estilo esenciales para la vida de una nación, pero que se dan por supuestos en un Estado del bienestar como más o menos es el nuestro. En este caso sería solucionar o al menos encarrilar el secular problema catalán. Me temo que ese traje le viene grande a Sánchez. Volviendo a Ortega en su famoso discurso en la Cortes Republicanas en 1932, «el problema catalán no se puede solucionar, sólo se puede conllevar».

Creo que el presidente, con el indulto que anuncia, ha hecho una apuesta fuerte. Nada extraño en él. Ha apostado varias veces fuerte y hasta ahora todas esas apuestas le han salido bien. Lo malo es que si pierde esta vez, no sólo perderá él, sino su partido, y no poco, y España.