Kate nos representa a muchas. No la Duquesa de Cambridge, Kate Middleton, sino Winslet, otra británica sobre la que se está hablando mucho esta semana al conocerse que quisieron hacerle una liposucción digital en la escena de sexo de la serie «Mare of Easttown» que protagoniza. También rechazó un par de carteles promocionales con su rostro retocado. «Sé muy bien las patas de gallo que tengo -exclamó la actriz- dejadlas donde están». No es la primera vez que la ganadora de un Oscar por ‘El lector’ alza la voz contra las imposiciones estéticas de delgadez y un tipo de belleza cuadriculada que amargan la existencia a gran parte del gremio. Y en esta ocasión es productora ejecutiva. Las arrugas siguen ahí. Además, habría sido totalmente incoherente borrar con la magia del ratón las huellas del tiempo en un personaje que representa precisamente el peso de una vida que no va como soñaste de adolescente.

Mare Sheehan es dura y busca a un asesino, como tantos otros y otras policías vistos en pantalla, pero la investigación criminal es el contexto en el que sobrevive una mujer bloqueada por la culpa que solo se siente un poco mejor ayudando a resolver problemas a los demás. En un relato desolador con traiciones, suicidios, secuestros, pederastas y drogas aparece como una concesión ese romance con el profesor visitante (Guy Pearce) que va y viene. Creíble y con sentido, su primer encuentro –en el que se muestra esa barriga que ni vi-, no encaja tanto la sugerida satisfactoria relación de unos meses interrumpida al final por el vagabundeo de él -típico escritor de una novela de éxito que se encanta a sí mismo, que adora que le rodeen las estudiantes e incapaz de comprometerse-. Es ese toque romántico que no debiera ser obligatorio.

Esta trama prescindible simboliza la recuperación emocional de Mare en el aspecto amoroso junto al reencuentro con su mejor amiga (Julianne Nicholson) en un muy sentido abrazo sin palabras y el avance en la reinterpretación del dolor por la muerte de su hijo con el acercamiento a su propia madre (Jean Smart) y a su hija (Angourie Rice). Todas sufren por lo que hicieron o no hicieron en su momento y, al mismo tiempo, se echan la culpa unas a otras. Las arrugas que querían borrar de los carteles son las marcas de las profundas cicatrices invisibles de todas ellas. Quizás el cierre es demasiado feliz.