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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Indultos y pedagogía

A día de hoy no hay asesor ni aparato de partido político que no analice encuestas y obre en consecuencia. Si éstas no son favorables, entonces se echa mano de lo que se llama, eufemísticamente, pedagogía, que no otra cosa es el intento de explicar de modo sencillo, con eslóganes, ‘tag lines’ (lemas) y ‘claims’ (ideas-resumen de campaña) aquello que, de entrada, no convence a la opinión pública. En ocasiones, las menos, se avanza hasta los argumentarios. Y excepcionalmente se alcanzan los lindes de las razones filosóficas, apelando a la profundidad de las convicciones.

Ese es, por lo que parece, el berenjenal en el que se ha metido el Gobierno de Pedro Sánchez con el anuncio, a media voz, de un posible indulto para los presos del procés catalán. Llevamos algo más de dos semanas desde que el tema se infiltró en la agenda política sin dejar a nadie indiferente. Los editoriales y tertulias se han hecho amplio eco y han tomado postura, la oposición conservadora se ha rearmado con esa munición para debilitar al Ejecutivo e incluso los barones centrifugadores del PSOE y una buena parte de sus exdirigentes han prorrumpido en el escenario situándose en contra de Sánchez.

Los sucesivos ‘trackings’ irán desvelando cómo evoluciona la opinión pública y cuánto de eficaz es la pedagogía gubernamental en una materia tan emotiva como esta. De entrada, cerca de cuatro de cada cinco españoles en edad de votar está contra los indultos, incluso tres de cada cinco electores socialistas. En Cataluña, los datos cambian, allí es un 65 % el porcentaje de encuestados favorables al indulto. En paralelo, según los sondeos de opinión de la propia Generalitat de Catalunya, los independentistas están atascados en un 45 % a favor de la secesión, mientras el ‘no’ a la independencia escala ya hasta cerca del 49 %.

(Recordemos en este punto que el ‘no’ a la independencia obtuvo en el referéndum escocés de 2014 un 55 %, once puntos más que el ‘sí’, pero que la consulta se acordó entre los gobiernos respectivos cuando el ‘no’ le sacaba más de treinta y cinco puntos al ‘sí’, lo que da idea de la volatilidad que generó la propia campaña).

Ese es el escenario de partida, y sobre él han diseñado el PP y sus medios afines una escalada contra Pedro Sánchez, aunque sea a costa de volver a encontrarse en espacios compartidos con Vox. En el campo socialista son el PSC de Salvador Illa y los líderes valencianos José Luis Ábalos y el president Ximo Puig los encargados de acallar la disidencia interna con ideas fuerza centradas en «la búsqueda de soluciones mediante el diálogo».

En el ámbito independentista, sin embargo, nada parece en movimiento, pero es un falso espejismo que se refleja al resto del país. Son múltiples y diversas las señales de humo al respecto. Es verdad que no hay arrepentimiento pero también lo es que Esquerra Republicana ha renunciado al unilateralismo, que en Junts hay voces que discrepan de la hoja de ruta instaurada por Carles Puigdemont, que el tejido empresarial exconvergente no quiere saber nada del aventurerismo político de las CUP, que la Asamblea Nacional Catalana ve un peligro en los indultos para los intereses de la independencia y su estrategia victimista del cuanto peor, mejor…

Y, lo más significativo, que el padre de la patria, digo de Jordi Pujol, acaba de publicar un libro de expresivo título -‘Entre el dolor y la esperanza’- en el que pide perdón por sus fechorías financieras, manifiesta un profundo sentimiento de culpa por ello y, finalmente, recapacita sobre el ‘procés’ y entiende que Cataluña jamás será independiente si no existe un entendimiento amistoso con España, situación imposible en el grado actual de nuestra civilización política. Para cuando llegásemos a ese hipotético escenario, ya no haría falta proclamar nación alguna porque la propia idea de nación estaría más que superada.

Es decir, que si Pujol, el líder que llevó el rebaño al monte de la independencia, valora como entelequia aquel movimiento que él mismo desencadenó al ordenar tripularlo a su propio hijo Oriol, es que las cosas han cambiado, y mucho. Ahora se trataría de cómo vestir al santo, que no será difícil dada la fidelidad del elector catalán a sus líderes, pero que en el resto del país se entenderá como un trapicheo indigno para facilitar el Gobierno de izquierdas en España. Lo cual, dicho sea de paso, es una verdad de Perogrullo, pues es Cataluña –cuya economía representa más del 20 % del PIB español– la región que con 48 diputados en el Congreso (más del 13 %) representando a siete millones y pico de catalanes, suele decantarse en los últimos lustros por apoyar a la izquierda española a pesar de su ideología mercantil y burguesa.

Podría ser que a los maestros tacticistas del socialismo, tomando en consideración los múltiples factores que andan en juego, les salgan las cuentas, en especial si después de los indultos viene una mesa negociadora que pacta una consulta sobre la mejora del autogobierno soslayando la cuestión de la soberanía y sin alcanzar siquiera el estadio federal. El problema a despejar es si esas cuentas le salen al PP en sentido inverso, porque de lo contrario, y ante el vacío de su programa para Cataluña, cuyo españolismo folclórico enarbola Vox, deberá ir pensando de una vez en proponer algún modelo propio de arquitectura política y financiera para este país que no esté supeditado a los movimientos de sus rivales ni a los intereses primarios de los territorios donde gobierna.

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