Es difícil entender el discurso generalizado entre círculos del poder económico y político, compañeros con grandes relaciones de amistad, cuando utilizan frases como «la sostenibilidad ambiental es una oportunidad y será un gran negocio en los próximos años». No nos engañemos: si la sostenibilidad del planeta se plantea como una oportunidad de negocio, mal andamos; ha de ser un esfuerzo de racionalidad de la producción y del consumo, sujeta a un plan de gobernanza global.

Es falso que las tecnologías y energías limpias no tengan coste medioambiental. En principio necesitan la extracción salvaje y monopolística de las tierras y minerales raros y esto tiene un alto coste energético y medioambiental. Cambiar del coche con combustibles derivados del petróleo a coches eléctricos no supone no contaminar, incluso puede tener un impacto mayor. El proceso de construcción del producto tiene más impacto ambiental que la vida del mismo: si me obligan a cambiar un coche de gasoil al que aún le quedan diez años de vida útil para comprar un coche eléctrico, esto va a tener más impacto ambiental que si sigo con el mismo coche. Multipliquemos esto por la flota mundial de vehículos y veremos la magnitud del impacto ambiental global. Realmente, bajo la insignia de la sostenibilidad se esconden intereses no medioambientales, sino de crecimiento e incremento del beneficio a través del mismo.

Pensemos que además está el tratamiento de los residuos de estos materiales raros que en estos momentos es inexistente o qué hacer con las baterías retiradas. La demanda de cobre, litio con reservas especialmente en Chile y Bolivia, o materiales raros con las mayores reservas en China, se verá incrementada en los próximos años en más de 20 veces.

La hipocresía está en creerse que todo esto tiene como objetivo preservar el planeta. El objetivo es el de siempre: crecer y seguir concentrando riqueza en grupos corporativos o geoestratégicos. Lo que en la práctica se hace es los que se ha dado en llamar el ‘greenwash’: a nivel político limpiamos el aire de grandes ciudades europeas e incluso chinas, ensuciando y deteriorando el medioambiente en otras partes del mundo. En unos años, cuando todos los vehículos sean eléctricos, si hubiese memoria colectiva nos sorprendería que no habríamos parado el efecto invernadero porque la contaminación global no habrá disminuido, sino cambiado de forma.

Desgraciadamente, la innovación tecnológica en materia medioambiental no es la solución, o por lo menos no es la más importante. En esta nuestra ciudad nos echamos las manos a la cabeza cuando vemos el acoso y derribo al coche en beneficio de la peatonalización, criticamos a los ediles del ayuntamiento por esa postura radical y progre, pero es que la solución va de esto.

¿Hay hipocresía más grande que la ‘obsolescencia programada’? Decimos que nuestro producto este fabricado con material reciclado y es triple A, pero nos callamos el hecho de que está programado para que se rompa a los cinco años y que no se pueda reparar y haya que comprar uno nuevo.

El modelo económico basado en el crecimiento sin fin es insostenible. Si los chinos aspiran lícitamente a tener el nivel de consumo de un estadounidense, será necesario un mínimo de cinco planetas para hacer ese crecimiento sostenible. El modelo del decrecimiento tendrá que venir con el esfuerzo individual que esto supone y el coste electoral que acarrea al político que se atreve a mencionarlo. La solución pivota mucho más en reducir el consumo de bienes, materias y energía que en la eficiencia energética o el reciclaje. Alguien en algún momento tendrá que tener el valor de poner en su discurso y decir a su electorado este tipo de verdades que están por encima de los indultos a los líderes independentistas o la covid-19.